miércoles, 4 de junio de 2008

2




Por las ventanas no se veía más que una neblina de colores cambiantes. Cruz la miraba, entusiasmado. Nunca hubiese podido deducir esta clase de detalles de sus estudios, aunque el simple hecho de que ahí afuera ya no estuviese su salón-laboratorio era la prueba de que no se había equivocado. Bendito Klaus. No era extraño que lo llamaran El loco... Sus notas, una anécdota pintoresca en el mundo de la ciencia que pudo comprar sin problemas en lo que debió verse como coleccionismo, apuntaban a un sistema para desplazar elementos de una dimensión a otra. Y en los principios que había deducido para para hacerlo se encontraba concentrado su golpe de genio. Pero, en lo demás... Para empezar, sus textos entremezclaban la ciencia pura y dura con anotaciones y con recuerdos de infancia que eran claramente los delirios de un enfermo, y toda su teoría estaba imbuída de un carácter místico impropio de un científico... Hablaba de la divinidad, del poder, de la mente y de sus juguetes de la infancia, todo en un mismo párrafo. E incluso en la ciencia había muchos detalles que no eran ciertos, sus formulas iniciales contenían, por ejemplo, la clave para desbaratar su propia concepción del multiverso. Klaus creía que las dimensiones estaban dentro de otras dimensiones mayores, y que cada dimensión mayor contenía múltiples dimensiones que, a su vez, contenían otras y otras y otras... Un ciclo infinito muy interesante desde su enfoque semi-religioso que era completamente falso. Las dimensiones, como había descubierto Cruz basandose en el propio Klaus, eran entidades independientes entrelazadas en una red por la que, con los medios adecuados, se podía navegar.
De pronto, todo su cuerpo se aplastó contra el asiento de carreras y la neblina que lo rodeaba se arremolinó como empujada por una poderosa tormenta. En algo menos de un minuto, salió despedido hacia el salpicadero, aunque afortunadamente el asiento incluía un cinturón de seguridad. Eso sí lo había podido predecir. Hasta entonces, había estado fuera de su dimensión, pero no había empezado a desplazarse por la red, momento en el que la máquina había “acelerado”. Al llegar a otra “burbuja” dimensional, como las había bautizado, la aceleración había cesado de pronto. Sí, era evidente que, en este plano adimensional, hablar de aceleración o velocidad era ridículo porque no existían, pero el símil era necesario para comprender lo que sucedía sin usar las matematicas. Poco después, volvió a sentir la “aceleración”. Como había indicado el número siete en el dial, se desplazaría siete dimensiones. De nuevo, convenciones espaciales. Era inevitable.
¿Por qué el siete? La verdad, no lo sabía. Quizás, inconscientemente, el diez le pareció demasiado alejado de su dimensión natal pero el cinco demasiado timorato para el hijo de un valiente como su padre. Le gustaba la psicología, pero no autoanalizarse, así que lo dejó. Con un frenazo, de pronto, la máquina ya no estaba envuelta en la neblina de colores sino es una clase distinta de niebla, la que hay en zonas pantanosas. Había llegado a otra dimensión.

1



Cuando uno oía hablar de las investigaciones del doctor Esteban Cruz, se esperaba que el tipo fuese un lunático de ojos protuberantes y melena blanca y desordenada o alguna especie de ser escuálido y palido por falta de Sol que, tras unas gruesas gafas, balbucease frases rimbombantes para demostrarse mejor que los demás. Pero el hombre que se afeitaba cada mañana ante el espejo del doctor Cruz no era nada de eso. No demasiado alto y bastante en forma, pasaba la navaja con cuidado por su barba oscura, de un tono radicalmente distinto al pelo dorado que, corto y ordenado, coronaba su cabeza. Normalmente observaba atento, con ojos claros y azules, su mentón cubierto de cortos pelillos, para no cortarse, pero hoy estaba distraído.
Había desayunado, se había duchado y ahora se aseaba antes de dar un último repaso al equipo que había preparado el día anterior con mucho cuidado. La ropa resistente estaba en su sitio. El cinturón tenía lista la pistola, el machete y la cantimlpora. En la mochila ya había metido el... -¡Agh! Se había cortado.
Tapó la herida como pudo con algo de papel de water y siguió afeitandose tal como lo había enseñado su padre, con navaja y sin espuma. Un hombre rudo, nunca se hubiese imaginado que su hijo acabaría siendo un físico conocido... Y nisiquiera podría haber comprendido la forma que tenían de catalogarlo... "Criptofísico". Añade Cripto ante cualquier ciencia y es una forma educada de decir "loco" o "mentiroso".
Suerte que a parte de rudo, su padre también había sido inmensamente rico. Ninguna institución habría querido respaldar sus experimentos... Y aún menos si hubiesen sabido que se basaba en las teorías de Klaus... Klaus el loco, lo habían llamado, antes de que lo encontrasen muerto en su laboratorio.
Secandose la cara, se dirigió a cambiarse. Y sí, algo loco debía estar... Pero a veces en la locura se encuentra la inspiración, y si bien Klaus el loco, con su mente enferma, no supo canalizarla y los estudios que hizó a partir de la formula original eran descabellados, el doctor Cruz había sabido ver su genialidad y utilizarla de forma sensata. Y tras más de quince años de estudios, cálculos y experimentos, no solo había conseguido formular una teoría convincente sino que había construido una máquina para ponerla a prueba.
La máquina. Era una especie de cabina, no muy distinta a un coche, con grandes parabrisas resistentes y un asiento que, por un arrebato caprichoso, era de un auto de carreras. Dentro, el salpicadero lleno de pantallas e indicadores (Todos los digitales tenían un equivalente mecanico, mucho más fiable en caso de que la máquina sufriese daños). Acabó de llenar el compartimento de carga con algunas cajas de municiones, una tienda de campaña plegable unipersonal y algo de comida enlatada. Si bien sabía a donde lo llevaría su máquina, no sabía a qué clase de sitio sería...
Cuando se lo explicó así a su amigo, el periodista, éste se rió por la contradicción. Tampoco le creyó cuando le dijo a donde iría y por eso debía ser que no había venido a ver como iniciaba hoy su viaje, pese a su invitación. Se sentó en la cabina, aún recordando lo que le dijo su amigo. Cierto, ya habían bebido un par de tragos, pero nisiquiera para alguien que aguantase tan poco la bebida como el periodista era natural esa hilaridad. "¿A donde dices que te llevará?" preguntaba entre carcajadas una y otra vez y, agarrandose al mantel para no caer de la silla, lo cual hizo que acabase en el suelo cubierto de tela, dijo como si fuese un chiste "¡Ni más ni menos que a otra dimensión!"
El doctor Cruz subió el contador a "7" y pulsó la ignición.