domingo, 14 de septiembre de 2008

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Cuando despertó la mañana siguiente, se encontró con el Pensador observandolo de cerca.
-Bu-buenos días...
-Esteban, levanta. Hoy vamos a poner en práctica lo último que me queda por probar...
No se quejó por la falta de ducha ni de desayuno porque recordaba la dolorosa recuperación que un grupo de pensadores habían sido capaces de provocar con sus poderes... Y no quería arriesgarse a dolorosas demostraciones de habilidades desconocidas por parte de su furibundo mentor. Se dejó arrastrar (o guiar, el Pensador no tenía bastante fuerza para obligarlo a moverse por mucho que tirara de su mano) hasta el exterior del piso.
-¿A donde vamos?
-Esteban. Este Pueblo no tiene el Pensador... así que lo que vamos a hacer es que tú inventes una historia.
-¿Qué?
-¡Ya me has oido!
Rodearon el montículo y se dirigieron hacia la destartalada cabaña, donde el Personaje miraba al infinito y el Pipa trepaba por la estructura inacabada.
-Pero yo no...
-¿Tu no qué?
-Para... las historias... para poder... ¿No necesito telepatía?
-Claro.
-¡Yo no tengo!
El Pensador seguía muy alterado, y no quedaba ni una pizca de la amabilidad de días anteriores en su comportamiento.
-No seas estúpido, Esteban. ¡Hace tiempo que estás recuperando tus habilidades mentales, por poco que te des cuenta!
-¡Eso no es verdad!
-Sí, hace días que te comunicas con tu Pipa sin darte cuenta.
-¡No me mientas, especie de globo sonda! ¡Te crees que soy imbecil solo porque, según tu, haya perdido la memoria! ¡A mi no me intentes engañar!
Cruz se dio cuenta de que gritaba.
-Lo siento, es que no he desayunado, y tener hambre me altera...
-Tienes comunicación telepática con tu Pipa.
Cruz iba a responder, enfadado por el poco caso que le había hecho a sus disculpas, cuando un dedo le tocó el hombro. Era Pan, que le traía un bidón de papilla.
-Pero...
-¿Ves?
-¡Ha sido una casualidad!
-Nada de eso, Esteban. ¿No es cierto?
A Pan le rebentaba tener que dar la razón al Pensador, pero asintió porque le parecía importante que Cruz lo supiera.
-Yo...
-Come, Esteban, y déjate de tonterías. Si todo funciona como es debido, no necesitarás comer nunca más.
Cruz chupó, obediente, pero pocos momentos después soltó el tubo.
-¡Espera, ya sé lo que ocurre!

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El Pensador saltó de su asiento, aterrizando con el humedo sonido de sus pies blandos y descalzos.
-¡Por fin, Esteban, has recordado!
Le agarró de las manos, dispuesto a enseñarle como su piel ya estaba adquiriendo el aspecto surcado de vasos sanguíenos propio de los pensadores cuando Pan lo interrumpió.
-No ha recordado nada. Sólo ha entendido las cosas que había visto en la ciudad.
-¿Qué?
-Sigue sin ser un pensador.
El cabezudo volvió sus pequeños y verdes ojos hacia los de Cruz, que asintió con la cabeza, apenado realmente por haber dado falsas esperanzas a su, de alguna manera, cudiador y mentor.
-¡Maldita sea! -el pensador se dio la vuelta, enfurruñado- ¡Creía que ya estaba!
Cruz se alzó, para consolar a su amigo cabezón.
-Lo siento mucho, de verdad. Pero ya te he dicho muchas veces que no soy un Perdido...
-¡Silencio, testarudo! -le gritó con su voz de niña contrariada mientras le volvía a dar la espalda.
-De veras que lo siento... Pero hay algo que no entiendo... ¿Por qué esta obsesión por hacerme recordar?
El Pensador se volvió para dedicarle una versión furibunda de la mirada que acostumbraba a dedicarle cuando demostraba que no recordaba nada.
-Te acabo de contar que las historias son básicas para los Reinos. Llegó un momento que un Reino aplastó a todos los demás gracias a su poderoso ejército... Un ejército posible solo gracias a la gran capacidad de generación de energía. Y esta capacidad se debía a que la Reina ya no daba a luz a Primigenios sino a Pipas y el Pensador perfectamente formados, tal como son ahora.
-N-no entiendo qué... -Cruz casi tenía miedo de ese Pensador tan alterado.
-Todos el Pensador que existen en la actualidad provienen de las Reinas engendradas por esta Reina superviviente... Y todas las historias que son capaces de inventar derivan de las que podían inventar sus el Pensador. Pero todas las de el Pensador Primigenio se perdieron...
-O sea que...
-¡No me interrumpas, Esteban! ¡Cuando encontramos a un Perdido normal y le hacemos recordar, podemos conseguir nuevas historias, las propias del Reino al que había pertenecido! Pero... son todas relativamente parecidas... ¡Si, en cambio, un Reino puede recuperar a un Perdido Primigenio, puede conseguir historias que no tengan nada que ver con las existentes, de antes de que el Pensador fuese como ahora! Y cuantas más historias para los Personajes, más energía podremos conseguir con el Polvo.
El Pensador resoplaba, y sus fosas nasales se abrían violentamente. El aire entraba y salía con tanta fuerza que un fino hilo de moco translúcido goteaba a ritmo de fuelle hasta tocar el suelo.
-Vete a dormir, Esteban. -El Pensador condicionó su mente para que Cruz estuviera muy cansado- Mañana nos pondremos en marcha. Es el último plan que me queda para hacerte recuperar la memoria.
El viajero dimensional fue conducido suavemente por Pan hasta el cuarto, porque sabía que no tardaría a sucumbir al influjo mental de el Pensador. Tumbado, murmuraba.
-Pero... no me has contado... lo que hacía el Pipa de fuera...
Cayó dormido y Pan lo tapó.
-Tan poca es su recuperación de la naturaleza de Pensador que sigue siendo tremendamente vulnerable a la sugestión mental... -pensó el Pensador, no se sabe si para sí mismo, para el Pipa, al que había dado permiso para volver al salón, o para Pan.

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-Esto ocurrió de manera natural, – el Pensador se frotaba con una de sus manos palmeadas las pequeñas membranas que unían los dedos de la otra- nadie podía haberlo provocado queriendo. Pero resultó que, progresivamente, en algunos Reinos había Primigenios con más talento para inventar las historias que distrerían a los Personajes. Otros, en cambio, eras más hábiles a la hora de transformarse o de escabullirse para dejar la comida inadvertidos. Fueron los primeros el Pensador primigenio y Pipas Primigenios. Aún tuvo que pasar mucho tiempo de guerras y devastación pero durante esos años, los Primigenios desarrollaron nuevas técnicas. Como lel Pensador eran los que inventaban las excusas y los Pipas los que actuaban camuflados, los primeros empezaron a desarrollar la capacidad de proyectar sus pensamientos con claridad sobre las mentes de los segundos, que lentamente iban sacrificando sus habilidades mentales por una mejor capacidad de camuflaje y por un aumento de su poderío físico. Las cabezas de los Pipas se hicieron progresivamente más pequeñas, y su inteligencia más reducida, pero sus habilidades de camuflaje se hicieron perfectas, su capacidad de actuación sobresaliente y sus delgados cuerpos más fuertes y resistentes que los de ningún Primigenio. Su capacidad para construir los Parapetos aumentó también, al principio para ofrecer un refugio a el Pensador que les transmitían como actuar. También crearon Parapetos más complejos para poder dejar comida a los Personajes con mayor seguridad, repletos de puertas secretas... Y para poder entrar o salir por cualquiera de ellas, para poder estrujarse y retorcerse por donde hiciese falta, los Pipas Primigenios empezaron a poder pegarse a las paredes y sus articulaciones se volvieron crujientes como lo son ahora.
Cruz estaba muy sorprendido. Lo que le contaba era, más o menos, una especie de teoría de la evolución aplicada a los Pipas y los Pensadores. Era extraño que un simple mito hicese referencia a un proceso tan poco intuitivo para gentes sin conocimientos científicos... probablemente había una gran dosis de verdad en lo que le contaba.
-Entonces, un gran día, algun el Pensador descubrió, no se sabe como, una de las cosas más importantes del mundo. Un personaje puede participar del Polvo en solitario, acumulando poca energía. Si se une a un segundo Personaje, la energía acumulada es superior. Si son tres, generan mucha más... Pero, si alternan esas opciones, generan más, del mismo modo que si Participan del Polvo de formas diferentes... Pues existen prácticas distintas en que usan partes diferentes del cuerpo, e ir alternando entre unas y otras aumenta la obtención de energía, y, de forma inversa, la repetición hace que cada vez se obtenga menos energía de una misma práctica. Pero las opciones son limitadas, claro, hay un número máximo de estrategias y posturas que los Personajes pueden hacer sin repetirse. Por eso, para transformar las viejas posturas en nuevas situaciones, el Pensador descubrió que, igual que podía transmitir a los Pipa las historias que distraerían a los Personajes mientras los alimentaban, podían llenar los vacíos cerebros de los Personajes con historias. Así, la misma Postura pasa a ser técnicamente una distinta al estar englobada en una historia diferente.
Cruz estaba callado. Ahora comprendía lo que había visto en la ciudad, lo que tanto lo había extrañado. Los Personajes que vagaban por la calle no estaban siguiendo ninguna historia y se guiaban por los principios basicos de su especie: Copular con lo que encontrasen. Pero muchos otros habían estado participando en historias. Así, el ladrón y la policía o los estudiantes en el almacén de material deportivo parecían estar despiertos pero, al aparecer él e interrumpir las historias, se quedaban desorientados y revertían a su estado básico... Y, probablemente, los estudiantes que sí reaccionaron fueron capaces de hacerlo porque supieron adaptar su irrupción a la historia que estaban siguiendo.
El pensador malinterpretó la expresión de Cruz.
-¿Ahora sí que lo has recordado, verdad?

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El doctor Cruz estaba absorto en la historia. ¿Quien hubiera imaginado que el Pensador, con su voz de niña y su aspecto y maneras grotescas conseguiría resultar un narrador tan atractivo? Solo se había dado cuenta de que tenía sed cuando Pan le ofreció un bidón de agua, uno distinto del que había usado el Pensador.
-¡Continúa! -pidió entre sorbos.
El Pensador tosió antes de entonar de nuevo la historia con su vocecilla aflautada.
-Contaba que la supervivencia de los reinos dependía de un factor: La cantidad de Primigenios que una Reina o Rey podía producir. Como ya has debido deducir, las Reinas y Reyes se alimentan de Personajes, consiguiendo así la energía necesaria para dar a luz a uno de sus hijos y a un nuevo Personaje. Debes saber que los Personajes recién nacidos tienen una cantidad muy pequeña de energía... Es solo al final de su corta vida que han acumulado algo de energía, que la Reina consume para vivir y para poder dar a luz.
Cruz, que había estado jugando con la hipotesis desde que le habían dicho que las reinas se “plantaban” cerca de aguas subterráneas, decidió marcarse un tanto.
-¡Ya comprendo! -exclamó sin mirar a Pan, que había captado su idea de que los seres de esta dimensión eran vegetales- ¡Los Personajes van cargando su energía al estar expuestos algunos años a la luz del sol!
El pensador lo miró, con los pequeños ojos verdes tan abiertos como era posible.
-No. Eso es ridículo. ¿Qué tiene que ver el sol con lo que estoy contando?
Cruz sorbió en silencio un poco de agua.
-No, los Personajes la consiguen a través de una extraña energía liberada por lo que llamamos el Polvo.
-¿El polvo?
-Sí, Polvo. Cuando los Personajes hablan, lo pueden llamar de muchos modos. Se me ocurren “Sexo”, “Kiki”, “Follar”...
Cruz lo interrumpió, avergonzado por no haber entendido lo que “polvo” podía significar en una dimensión pornográfica.
-Bien, ya que lo has entendido, sigamos. ¿Has visto como se comportan los Personajes que deambulan por la calle, verdad?
Cruz recordó a los ausentes seres que poblaban las calles de la ciudad, de lo que ahora sabía que era un Reino, que vagaban por la acera mirando al tendido hasta toparse con alguien, momento en el que el sexo tomaba las riendas. Asintió con la cabeza.
-Así eran los primeros Reinos. Por debajo, eran complejos túneles, casi tanto como ahora, pero los Personajes vagaban por una superficie desierta limitada por unos pocos Parapetos en forma de barandas o cercados que los Primigenios construían. Eran también los encargados de alimentarlos, y debían hacerlo a escondidas: por alguna extraña razón, si un Personaje veía a los Primigenios con su aspecto natural, los atacaban con gran violencia y, en el peor de los casos, los desmembraban. Si el Primigenio conseguía defenderse, con las Porras elécticas que les podían brotar de los antebrazos, corrían el riesgo de dañar a un Personaje, incluso matandolo, perdiendo así su energía acumulada. Por eso, los Primigenios contaban con una primitiva habilidad para cambiar de aspecto. Mientras unos tomaban forma de Personaje para distraerlos -evidentemente, sin tocarlos- otros dejaban la comida y desaparecían bajo tierra rápidamente.
Cruz no acababa de entender cómo distraían exactamente a los Personajes, pero decidió no preguntar y seguir escuchando.
-La cantidad de energía que se consigue cuando más de un Personaje participa del Polvo es mayor que la que genera al participar uno solo, pero con el sistema primitivo, la energía total que podían acumular era bastante limitada. Así pues, si una estrategia para conseguir más energía era robar personajes de otros reinos, la otra era optimizar el proceso de generación de energía.

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Como solían hacer las Princesas en esa época, el Príncipe devoró rápidamente al Personaje que había nacido a su lado. Para una Reina, un Personaje recién nacido no hubiese sido bastante alimento, pero para una Princesa -o un príncipe- era sustento suficiente para iniciar su viaje por el desierto. El primer Príncipe se arrastró por la tierra y arenas rojas hasta encontrar un lugar adecuado y se plantó, convirtiendose en el primer Rey. Su Pedestal creció normalmente, y empezó a producir sus propios Primigenios.
Pero ocurrió que, algunos años después, el Rey decidió que ya tenía un número suficiente de Primigenios para poner en marcha su plan, el plan que había estado maquinando desde su deambular infantil por el desierto. Ordenó a la mitad de sus hijos que atacaran un Reino vecino, robaran sus Personajes y disolvieran sus Parapetos.
Cruz vio como el Pensador se estremecía, y aunque no sabía que era por el recuerdo de los sueños terribles en que éste había revivido el horror de las guerras pasadas, se abstuvo de preguntar lo que eran los Parapetos.
-La primera guerra fue un gran éxito, pues aunque los Primigenios del Reino atacado se defendieron, era un Reino pequeño y no se esperaban un ataque. Al fin y al cabo, era el primero de la historia.
Nutriéndose de los Personajes robados, el Rey pudo aumentar su fertilidad, con lo que su Reino creció a una velocidad mayor de la natural. Cuando estuvo listo, preparó otro ataque, en el sus hijos aplastaron otro Reino pequeño y se dieron al Pillaje de Personajes.
Las Reinas que aún no habían sido atacadas estaban preocupadas, pero como nunca se habían relacionado entre sí pese a ser todas madres o hijas de las otras, no tuvieron la idea de aliarse. Mientras tanto, las campañas militares del Rey fueron haciendo que su Reino fuera cada vez más y más formidable. Ocurrió que a la Reina del primer Reino al que había atacado sí que se le ocurrió unir sus notablemente disminuidas fuerzas con las de otras Reinas atacadas. Pero el poder del Rey era solo comparable con su sed de sangre y su finísima habilidad como estratega, por lo que no tuvo ningún problema para repeler sus fuerzas.
Las de estas Reinas fueron las primeras muertes Reales, se extinguieron Reinos por primera vez y aparecieron los primeros Perdidos, Primigenios sin Reina ni Reino que deambulaban por el desierto inventando un pasado ficticio para poder soportar la pérdida.
El Pensador tosió, y ordenó algo mentalmente a su Pipa, que había estado todo el rato en otra habitación. Entonces Cruz vio que el cabezudo hacía algo que no le había visto hacer nunca: sorbió un par de tragos de un bidón de agua, que el Pipa le había tendido entre crujidos. Tomó algo más de agua en la boca, que escupió rápidamente hacia arriba, refrescándose la cara. Abrió y cerró varias veces sus sonoras fosas nasales, refrescándolas con el agua pulverizada, antes de seguir la historia.
-Pronto, las Reinas adoptaron la estrategia de la Guerra que había inventado el Rey, y el mundo entró en una oleada temible de violencia, una época oscura en que todos los Reinos, los que hacía años que existían y los que formaban las nuevas Princesas y los nuevos Príncipes -sí, hubo más tras el primero- se dieron a una carrera destructiva por acaparar el máximo número de Personajes robándoselos a los demás Reinos. Se trataba de un sangriento circulo vicioso, pues, al robar los Personajes de otros Reinos, podían tener más Primigenios que defendieran su Reino de los ataques de los de los demás, que buscaban a su vez acaparar Personajes para que la superioridad numérica de su Reino les proporcionara protección ante... En fin, creo que ya se entiende.
Fue una época de gran devastación en que la única estrategia que parecía posible era el robo... Pero solo lo parecía. En algunos reinos, empezaron a darse cambios que modificarían para siempre el funcionamiento del mundo.

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El Pensador paró, observando la cara de Cruz con sus minúsculos ojos verdes. Había estado escuchando, atento, pero no parecía reconocer nada de lo que le explicaba. Además, en su mente, junto a una gran curiosidad, percibía cierta incredulidad.
-Esteban, me parece que no te crees lo que te estoy contando.
-No, no, ¡Sí que me lo creo!
-Aunque no te pueda leer la mente, sí que percibo tus emociones, Esteban... Hay una sombra de duda entre tus pensamientos.
El doctor Cruz pensó en decir algo, pero se calló. Esa clase de mentira piadosa podía servir para no ofender a alguien que relata unos hechos que no crees. Pero, pensó, si el narrador puede percibir tu incredulidad, quizás lo que resulte ofensivo sea no admitirla...
-Bueno, vale. Tienes razón, no acabo de creerlo del todo... Para empezar, ¿Cómo sabes estas cosas tan antiguas?
El pensador lo miró, con la cara de decepción que ponía cada vez que Cruz demostraba cuanto había olvidado su verdadera naturaleza.
-Hubo una época en que algunos Reinos descubrieron el jugo de los recuerdos. Cuando el Pensador la toma, su sueño se ve invadido por imagenes del pasado. -Se levantó, sin saber bien por qué. Se le hacía extraño explicar estas cosas porque, en realidad, todos las sabían, y al pensar cómo hacerlo no podía evitar algunos tics-Esos recuerdos, además, no solo tienen que ver con la propia historia de cada uno, sino que muchas veces son los recuerdos de la especie. Se trata de extraños sueños parciales en que los sentidos se entremezclan, pero que nos permitieron reconstruir la historia desde el principio de los tiempos.-Gesticulando con las blandas manos añadió- ¡Precisamente te pusimos ese ingrediente en la comida para hacerte recordar esta historia! Al hacerlo, hubieses sabido lo que eres y, al desbloquar los recuerdos verdaderos, hubieses recuperado tu naturaleza como el Pensador. Pero no ocurrió.
Cruz asintió, ausente.
-Percibo sorpresa en tu mente, Esteban.¿Qué te ocurre?
El viajero dimensional acababa de comprender que los desagradables sueños sinestésicos en que inventaba historias con sus padres como protagonistas no eran realmente invenciones... Si ese jugo de la memoria funcionaba relamente, había estado reviviendo momentos reales anteriores a su nacimiento, todos desde el punto de vista de su madre... Lo que no cuadraba era el extraño sueño con el hombre de la barba y la mujer de los rizos dorados... ¿Sería un recuerdo de alguna época remota? ¿Un sueño real mezclado entre sus recuerdos inducidos? En vez de expresar sus dudas, se limitó a decir que se había sorprendido porque no había pensado en el jugo, pero que tras la explicación le parecía muy lógico.
Pan captó parte de sus pensamientos, pero se esforzó en elminarlos rapidamente para que el Pensador no pudiera leerlos en su cabeza de Pipa. Si Cruz prefería no revelarlos, respetaría su decisión.
-¿Nada de lo que te he contado te suena?
-Lo siento...
-Bueno, pues sigamos con la historia. Al final, algo habrá que te haga recordar. Y si no, tengo otras estrategias pensadas.
El Pensador se sentó en su cómoda silla con ruedas antes de proseguir el relato.
-Estaba explicando que los reinos crecían a ritmo constante y mantenían un equilibrio en que prácticamente no entraban en contacto. Habían llegado al número de cuarenta cuando una Reina dio a luz algo que no se había visto nunca antes. Por ese entonces, todo lo que nacía de una Reina eran Primigenios y Princesas, acompañados de Personajes. Pero el ser que brotó de su Pedestal no era nada de eso. Había nacido el primer Príncipe.

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-Verás, Esteban. En el principio, nació una Princesa. Nadie sabe de dónde vino, ni cómo nacieron los Personajes que necesitaba para ello, pero esta Princesa se plantó, y se volvió la Reina Primigenia. Aún no existían ni...
Pan, que había conseguido apagar al fin el televisor, lo interrumpió.
-¡Esto no es lo que Esteban Cruz quiere saber!
-¡Silencio, Pipa! -gritó y a la vez transmitió mentalmente el Pensador. Después añadió, en voz alta, para que Cruz también lo supiera- ¡Voy a explicarselo todo a Esteban desde el principio, sin escatimar detalles, para ver si alguno de ellos, por pequeño que sea, le hace recuperar la memoria y rescatar sus verdaderos recuerdos de entre la maraña de alucinaciones de Perdido que pueblan su cabeza!
-No me llamo Pipa. Me llamo Pan.
El pensador se volvió hacia Cruz para proseguir su relato, pero, telepáticamente, añadió- Cuando recupere sus habilidades, no necesitarás un grotesco nombre, Pipa venido a más.
Pan se sentó, con un crujido, frunciendo la cara marrón y agrietada.
-Decía -prosiguió el cabezudo- que la Princesa Primigenia se plantó en el lugar que le pareció adecuado, cerca de un lago subterráneo, fundando el primer Reino y convirtiendose en la Reina Primigenia. Estaba sola, bajo tierra, en la precaria cueva que había cavado para sí cerca del agua. Pero pronto dio a luz a su primer hijo, que nació junto al primer Personaje. Pero ese hijo no era un Pipa. Y tampoco era el Pensador. El primer hijo era un Primigenio, un ser a medio camino entre el Pipa y el Pensador.
Cruz asentía, interesado, pero no estaba convencido de que lo que le contaba no fuera más que una historia simbolica para explicar sus orígenes, con tanto de verdad en ella como hay en el libro del Génesis.
-Con el tiempo, -prosiguió con su voz aflautada el Pensador- el primer reino creció y floreció, y los Primigenios empezaron a ser más y más... Hasta que, un día, lo que nació no fue un Primigenio, sino una nueva Princesa. Ésta se arrastró, con gran esfuerzo, hasta un lugar alejado, a seis días y seis noches de camino a través del desierto, para plantarse. Allí empezó a dar a luz a sus hijos, cada uno con un Personaje. Y al cabo del tiempo, la segunda Reina dio a luz a otra Princesa, que se arrastró por el desierto hasta dar con el lugar adecuado para plantarse. Nació otro Reino, y con él, nuevos Primigenios y Personajes. Fueron naciendo nuevas Princesas, que a su vez tuvieron más Princesas hasta que los Reinos fueron cuarenta.
El Pensador reparó entonces en su Pipa, que había vuelto del exterior y esperaba que le indicaran qué hacer con la bolsa de deporte de Cruz. Mentalmente le ordenó que la dejara en el dormitorio antes de seguir el relato.
-En ese entonces, no se distinguía entre los tamaños de los Reinos. Ese de ahí afuera es un Pueblo, porque es pequeño. El nuestro o el que visitamos en el trayecto eran Reinos propiamente dichos, de tamaño mediano. Y... -El Pensador pareció pensar- Bueno, han existido algunos grandes Reinos, llamados Imperios.
Pero en esa época, decía, no se pensaba en esas cosas. Los reinos más antiguos eran mayores, los más recientes eran más pequeños, y todos vivían en paz, casi sin entrar en contacto unos con otros.
El Pensador, que se había cansado de estar de pie, fue a buscar una de las dos sillas que había junto al mármol de la cocina. Con un simple toque, la silla lo siguió con sus pequeñas ruedas, lo cual divirtió al frágil cabezudo. La pata de la silla se recogió sobre sí misma para que el bajo Pensador pudiera sentarse. Una vez instalado, el asiento se irguió de nuevo.
-Pero un día, una Reina, no se sabe cual, dio a luz algo que no se había visto antes en ninguno de los Reinos.

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Cruz se volvió hacia el ser de gigantesca cabeza y cuerpo blando y frágil que era el Pensador. Fuera, el delgaducho del pequeño Reino seguía frotando la cara contra la inacabada pared.
-Por favor. -dijo- Cuentame qué está haciendo ese Pipa.
El Pensador se le acercó, y tendió sus brazos hacia arriba, hasta los hombros del viajero interdimensional.
-Ya habrá tiempo de eso. Pero mírate. -Volvió la cabeza hacia la superficie metálica de la pared, y Cruz imitó su gesto. -Te conviene ir a ducharte y descansar.
Miró su reflejo, sucio de tierra roja, despeinado y con la negra barba de varios días contrastando con su rubísimo pelo, ya no tan corto como recordaba. La parte derecha de su cara, surcada de cicatrices, también lo sorprendió. Pese a que siempre que se tocaba la cabeza o se frotaba el ojo derecho, con la esclerótica completamente negra por las extrañas heridas, notaba la maraña de cicatrices, había olvidado su nuevo aspecto. El cansancio, que no había notado mientras jugaba a Perkant con el Pensador, empezó a pesarle en todos los músculos y los huesos, y, como si se acabara de destapar la nariz, sintió su hedor después de días sin ducharse bajo el sol abrasador. La fatiga y la incomodidad hacían que la ducha caliente le pareciera una idea muy atractiva. Tanto que ahogó la ligera sospecha que había empezado a gestarse en la mente de Cruz, que el Pensador lo estaba condicionando para que deseara ducharse.
Se encaminó, casi instintivamente, hacia el baño. Cuando se acercó a la puerta, ésta se hizo a un lado, automáticamente. Estaba atravesando un dormitorio con una cama, un armario empotrado y un solo cuadro.
El Pensador se sentó en el sofá mientras ordenaba mentalmente al Pipa que descargara los bidones del carro y que se ocupara de hacerlo desaparecer. A su lado, se acomodó Pan, que tomó el mando a distancia entre los largos y huesudos dedos de Pipa, entre crujidos.
-¿Por qué has hecho que se fuera a duchar? -preguntó.
-Le hará falta estar cómodo y relajado. -respondió el Pensador telepáticamente- Tengo mucho que contarle.
-Pero por qué no le has explicado lo que...
Le ordendó mentalmente que guardara silencio mientras pensaba. En su ensimismamiento, no captó la cara de enfado de Pan.
Cuando se hubo duchado y afeitado -el futurista cuarto de baño lo hacía todo solo- encontró una nueva muda sobre la cama. Ropa interior, una camisa hawaiana (Con un estampado de parasoles de colores en una duna) y unos finos pantalones amarillos. Abrió el armario, con una leve presión la puerta se hizo a un lado. Como estaba vacío, optó por la hortera vestimenta que esperaba sobre la cama.
En el salón, que también era cocina, el Pensador miraba al tendido mientras Pan intentaba apagar la televisión, que había encendido, pero consiguiendo solo pasar de un canal al siguiente. Eran simples escenas de sexo, formadas por no más de cuatro fotogramas pasados ciclicamente, sobre un fondo sonoro que era un bucle de unos pocos gemidos y crujidos de cama. El Pipa estaba acabando de guardar los bidones en la nevera, un complejo aparato empotrado con una extraña puerta giratoria.
-¡Esteban! -Dijo el Pensador saliendo de sus cavilaciones- ¡Ahora sí sabrás lo que ocurre! -Ofreció con un gesto el sofá azul eléctrico donde había estado hasta entonces. Cuando se sentó, el Pensador ordenó a los dos Pipas que se fueran. Pese a que Pan no pareció hacer ningún gesto de obediencia, Cruz lo retuvo a su lado agarrandolo del brazo.
-No quiero que Pan se vaya. -dijo- Es mio, y lo quiero a mi lado.
Aunque el Pensador puso mala cara, cuando su Pipa se hubo marchado empezó a narrar.

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El Pensador emprendió el descenso, con cautela, pero Cruz siguió observando. Más allá del montículo sobre el que se encontraban, en una ligerísima elevación del terreno, un parche de hierba verde crecía en el desierto. En su centro, algunas de las paredes de una cabaña de madera se erguían, extrañas, con sus marcos de puerta solitarios, sus paredes inacabadas y sus vigas soportando un inexistente techo. Dentro, un hombre -un Personaje, se corrigió Cruz mentalmente- sentado en un rústico taburete de tres patas, observando el infinito con la expresión de ensimismamiento tan propia de los de su clase.
En uno de los bordes más alejados de la no demasiado grande cabaña, un Pipa. Era parecido al que se encontraba cavando en la colina bajo las ordenes del Pensador, que ya habia acabado su descenso, pero a Cruz le chocó lo que hacía. Tenía la boca tremendamente abierta y la frotaba contra una de las paredes inacabadas.
Cruz bajó, más rápido de lo que pretendía gracias a la poca consistencia de fango seco que formaba la colina.
-¡¿Qué estaba haciendo ese pipa?! -preguntó al Pensador, que observaba la pequeña cueva que el conductor había estado cavando.
-Hemos llegado a un pequeño Reino. Cómo nos dijeron el el Reino que visitamos antes, -se refería al Reino Playero- hace muy poco que Plantaron a esta Reina... ¡Nisiquiera tienen el Pensador!
-Pero... ¡El Pipa! ¿Qué hacía?
-Ven, sígueme para ver mejor el pequeño Reino.
El Pensador se adentró en la cueva, para reunirse con su Pipa, y Cruz lo siguió. Pan, por su parte, había trepado por la colina y observaba el Reino.
-¡Ese Pipa estaba chupando la pa...! -empezó Cruz. Pero se detuvo en seco cuando vio que el interior de la amplia colina era un apartamento futurista, con sofás aerodinámicos, mesas de cristal, pantallas planas y asientos rodantes.
-¿Pero qué...?
-Cómo dijeron en el Reino anterior, esta Reina la habían plantado sobre la estructura de un Reino muerto.
Cruz se sentó. Probablemente lo hubiese entendido todo a la primera si la realidad no se lo hubiese soltado todo de golpe. El mullido asiento cibernético se adecuó a la forma de sus nalgas. Observó que la pared y el techo en el que habían practicado la abertura no eran del brillante cromo del resto de la estancia sino de rojiza tierra, igual que una parte del suelo.
Pan entró, y se acercó, con curiosidad, a ver las dos grandes ventanas redondas, que al activarse la electricidad por presencia de seres en su interior, habían empezado a autolavarse.
-Esteban, -le dijo el Pensador al fin, con aire satisfecho- este es el mejor lugar que podíamos encontrar para observar. Si cuando nos marchemos, no has recuperado la memoria, tendré que empezar a creerme esas absurdas historias sobre grotescos mundos distintos de este.
Cruz se levantó y se unió a Pan para mirar por la ventana, ya perfectamente transparente- sí... Mundos grotescos.

64



Durante el resto del viaje, el Pensador alternaba los ratos en que se dedicaba a mirar al tendido con el arte de jugar al Perkant, un juego que decidió enseñarle a Cruz para ver si le refrescaba la memoria. No consiguió refrescársela, pero el viajero dimensional era especialmente hábil, y movía las fichas con mucha astucia. Le gustaba tanto que pronto se olvidó de preguntar de dónde había salido el tablero.
Le recordaba al ajedrez, y a Cruz eso le traía buenos recuerdos. Desde pequeño había jugado largas partidas con su amigo el periodista, y generalmente ganaba a su más propenso a las distracciones compañero de juego. En Perkant también había una especie de rey, el Protegido. En el tablero, rectangular, dos grandes círculos, divididos en otros círculos concéntricos más pequeños, casi se juntaban para formar un ocho. Tanto los círculos como el espacio que quedaba a su alrededor estaban divididos en casillas de dos colores, café y burdeos, y por ellos transitaban las demás fichas, atacando al protegido del otro color e intentando que sus contrincantes no lograran ese mismo objetivo. Las reglas eran algo más enrevesadas que en el ajedrez, puesto que el movimiento de unas fichas podía depender de la posición de otras en el tablero, pero a Cruz le gustaba tanto que pasaba los días entre largas partidas, nutritivas chupadas a los bidones y cómodas cabezadas apoyado en su fiel Pan, que los miraba con atención siempre que jugaban. Sólo interrumpieron esta dinámica un día en que una de las estructuras medio enterradas que salteaban las arenas rojas del desierto llamó la atenció de Cruz, una semiderruida fortaleza de aspecto medieval. También le distrajo, otro día, un retorcido semáforo que se alzaba, solitario, en la desolación. Pasaron cerca de él, y cuando lo hicieron, las luces de colores se encendieron, iniciando su rutinaria alternancia para gestionar un tráfico inexistente. El Pensador aprovechó la distracción del viajero, ganando la partida.
Per, al fin, un día, mientras Cruz cogía una de las largas y degladas fichas llamadas “Pipas”, el Pensador puso su fría mano sobre la suya para interrumpir el movimiento.
Ordenó mentalmente al Pipa conductor que llevase el carro hasta una pequeña colina.
-¿Hemos llegado? -Preguntó Cruz, contento de haber acabado finalmente el viaje pero, a la vez, asustado por su total desconocimiento de lo que ocurriría a continuación.
-Esteban -le dijo él liberando su mano- intenta no pensar en voz alta.
-¿Qué ocurre? -Cruz cuchicheaba.
-He dicho “pensar en voz alta”. Puedes hablar como quieras.
-Ah, bueno, -Dijo Cruz mientras el Pensador se levantaba- eso no será difícil.
El cabezudo posó la mano sobre la frente del Pipa conductor, transmitiéndole los pensamientos directamente a través del brazo. Éste obedeció al instante, empezando a cavar. Mientras, el Pensador empezó a trepar con dificultad por la alta colina, de formas parecidas a las que produce el agua en el interior de las cuevas tras cientos de años de goteo constante. Cruz lo siguió, mientras Pan observaba lo que hacía su congénere.
Pese a su poca habilidad física, el Pensador llegó antes a la cumbre, y miró en la distancia para después anunciar las buenas noticias al dolorido Cruz (pesaba mucho más que el endeble Pensador, por lo que uno de los salientes había cedido bajo su peso, haciéndolo resbalar unos metros).
-Puedes pensar como te plazca, Esteban. Parece que aún no tienen el Pensador.
Cruz alcanzó también la cima mientras preguntaba que “¿Quienes?”, pero calló al ver lo que había al otro lado.

63



Pan ayudó a vestirse al mareado y sorprendido Cruz. Camisa hawaiana (también amarilla pero esta vez cubierta de graciosos soles kistch, espirales naranjas enmedio de un círculo de cortos trazos), y unos ligeros pantalones de color rojizo. Se sorprendió agradablmente cuando vio que Pan había recuperado sus botas, que probablemente el cowboy no había visto en la oscuridad de la noche. Para evitar problemas con el sol, se puso también la gorra verde y naraja y las gafas de sol. Bebió con avidez mientras el Pensador lo observaba, preocupado.
-Esteban, -dijo al fin, cuando vio que estaba más tranquilo- ¿Qué ha pasado? ¿Y esto, qué es? -Le tendió unos jirones de tela verde.- Estaban en el carro, entre los Personajes.
-Esta noche, -explicó Cruz con la tela entre los dedos- me han atacado. El Ronin me sorprendió mientras dormía y me amenazó. Pero poco momentos después otro hombre al que había visto en la misma dimensión de la que provenía el Ronin lo atacó a él, se llevó mi ropa, provisiones, al Ronin y a un caballo y se marchó hacia la ciudad.
-¡Otro Perdido! -el Pensador no daba crédito.
-Probablemente esta tela fuese la de la tienda de campaña... En la que deduzco que el segundo hombre había estado atrapado todo este tiempo. El Ronin debió escabullirse con su prisionero dentro del carro para esperar el momento adecuado...
-¡Sorprendente! Si no fuese porque seguramente tu atacante se perderá en el desierto, enviaría al Pipa a avisar al Reino de la existencia de un nuevo Perdido.
Ya habían dejado atrás las blancas arenas del Reino playero para adentrarse en el rojo desierto. De nuevo, ni una sola nube en el cielo, solo un sol abrasador.
El Pensador, como había hecho durante todo el viaje, miraba al tendido. El Pipa conducía. A Cruz le estaba empezando a entrar sueño de nuevo cuando Pan empezó a hablar. El Pensador se giró, sorprendido.
-Esteban Cruz, quieres saber lo que hemos estado haciendo. -No lo preguntaba, lo afirmaba.- Pan te lo contará. El Pensador, el Pipa y Pan se han adentrado en el Reino. Han sido conducidos a las estancias de extranjeros, donde han disfrutado de la compañía de el Pensador del Reino, que ha jugado con el Pensador.
-¿Jugado? ¿A qué?
-A... a Perkant. -dijo el Pensador, titubeando- ¿Recuerdas este juego?
-No, no me suena. Te repito que no soy un pensador... -Cruz puso la mano sobre el hombro de Pan. -Gracias por contarmelo.
El Pipa quemado sonrió.
Cruz no recordaba el juego, por lo que su memoria seguía sin volver, y se emperraba en que no era un Perdido... Pero el Pensador no pudo evitar sonreir. Pan se había adelantado cuando, acercandose a la cabaña, había percibido que al viajero dimensional le pasaba algo. Del mismo modo, había captado su curiosidad sobre lo que habían estado haciendo... y los Pipa solo pueden comunicarse telepaticamente entre sí... Con el Pensador no tienen poderes telepáticos activos. El Pensador puede leer los pensamientos del Pipa pero no al revés... El Perdido Primigenio estaba empezando a recuperar sus habilidades de Pensador, aunque no se diese cuenta. Volvió a sonreir cuando se fijó en las delgadas venas que se empezaban a distinguir bajo la fina y pálida piel de las palmas de las manos de Cruz, que no se le habían quemado con el sol.

62



Pasaron algunas horas, durante las cuales el sol empezó asomar más allá del horizonte. El loro ya hacía un rato que se había cansado de mirar, y se había vuelto a posar sobre su lugar favorito en la cima de la cabaña, a silbar y parlotear. Cruz estaba muy incómodo, y se daba cuenta de lo imprudente que había sido el día anterior al exponer tantas horas su pálida piel al inclemente sol tropical que bañaba este reino. Además, estaba sediento.
-Loro... -le dijo al fin, humillandose- Ayúdame.
El pájaro lo miró con curiosidad antes de ordenar en inglés que ataran los cabos. Encima, recochineo. Cruz pensaba asarlo a la parrilla en cuanto recuperara la libertad. Mareado, entró en un estado de semivigila hasta que unas manos lo asieron por los hombros.
-¡Esteban Cruz! -La voz rasposa parecía angustiada- ¡Qué ha ocurrido!
-¿Pan?
Su fiel Pipa partió sus ataduras de un tirón.
-Debes esconderte, los demás están al llegar. -Lo alzó en brazos y lo metió entre las cajas del interior del carro. Antes de alejarse, ayudó a Cruz a ponerse unos calzoncillos.- Después deberás contar a El Pensador lo que ha ocurrido.
Cruz agradeció estar a la sombra de nuevo, aunque la piel de la espalda le dolía a cada pequeño movimiento.
-Voy a esperarlos afuera- dijo Pan.
-Espera, primero quiero pedirte algo...
-Dime, Esteban Cruz.
-¿Me harás el favor de retorcerle el pescuezo a ese loro?
Pan había captado el tono de broma y sonrió. El Doctor Cruz le devolvió la sonrisa.
Pronto salió del carro, y no tardó en oir las voces de niño con el que se despedían los Pensadores. Si Cruz se hubiese atrevido a mirar hacia el exterior, hubiese podido ver como el Pensador atigrado observaba atentamente la arena removida, la cáscara rota de coco, el tubo del alambique en mitad de la playa... El Pipa conductor no tardó en entrar en el carro, para cargar con algunos cadáveres más, de regalo. El cabezudo rayado, con su endeble constitución de Pensador, no los acusaría de nada cuando los Pipas que lo acompañaban se hubiesen marchado a guardar los cuerpos.
Unos minutos después, el Pensador entró en el carro para encontrar al Cruz semidesnudo, quemado y con las muñecas enrojecidas que esperaba, tumbado entre dos cajas.
-¿Esteban, estás bien?
-Yo... -Cruz intentó levantarse, pero se mareó. ¿Quizás las pocas horas que había pasado al sol habían bastado para hacerle sufrir una ligera insolación?
-Pongámonos en marcha, ese el Pensador sospechaba. -salió para sentarse en el banco de madera- Luego me lo contarás.
-Pero... -Cruz se levantó como pudo- No podremos movernos porque...
El carro empezó a traquetear. Cruz sacó la cabeza para comporbar que dos blancos caballos tiraban, obedeciendo las ordenes del Pipa conductor.
-Pero si... han robado un caballo... ¿cómo...?
Pan, sentado también en el banco, lo asió con cuidado y lo ayudó a sentarse. Se retorció entre crujidos para alcanzar un bidón de agua del interior, y la bolsa de deporte.
-Gracias -dijo Cruz sin mirar siquiera a su fiel Pipa.

61



Cruz estaba tumbado con la cara hacia el suelo, se había girado mientras dormía, y el extraño se había acuclillado sobre su cuerpo, que estaba immobilizado, al estar embutido en el saco granate. La figura, a la que no podía ver, lo tenía firmemente agarrado con las rodillas y apoyaba su peso sobre su espalda. Notaba su respiración en la oreja, y el frío tacto del metal en la nuca.
-¿Qu-quien...?
-Por tu culpa, sucio extranjero, he perdido mi oportunidad.
-¿Qué?
-He perdido mi camino, mi patria... Pero no mi misión.
-No comprendo...
-Debes contarme como funciona tu carruaje. -sintió algo más de presión metálica en el cuello. La voz había perdido algo de su sangre fría al pronunciar esta frase.
-Fu-funciona con dos caballos que... que tiran de él y...
-¡No! ¡Este no! -El extraño hizo presión con todo su cuerpo sobre Cruz- ¡Hablo del otro!
-¿El otro?
De pronto, Cruz se dio cuenta. El que hablaba no era nadie más que el Ronin, al que había traído de algún modo de la dimensión Western.
-¿Cómo llegaste hasta aquí conmigo? -Preguntó Cruz para intentar atrasar su inevitable enojo, al darse cuenta de que no tenía forma de hacer volver al Ronin a su mundo- ¡Lo último que recuerdo es que me caía un saloon en llamas sobre la cabeza!
-Escapé hasta la estación de tren, y me escondí tras unos bultos. Te vi llegar y decidí seguirte. Nadie se dirige hacia el desierto, aunque sea por una via de tren, sin un fardo de provisiones, por pequeño que sea. Tenías que tener algún refugio o medio de transporte. Aprovechando que estabas desorientado, penetré con mi prisionero en tu carro embrujado. No sé si eres un demonio, un chamán, o un fantasma, pero ¡Debes hacerme volver ahora mismo!
-¡Esperaste mucho antes de salir del “carro”!
-La situación lo requería. El verdadero guerrero es el que sabe contener su filo hasta conocer la situación. Y en este caso, no alcanzaba a comprenderla. Creí que habíamos llegado a una ciudad, por lo que escapé dentro de esa extraña y pesada armadura... Para descubrir que me encontraba en un grotesco mundo de pesadilla. Ahora te exijo que nos devuelvas a mi y a mi prisionero a nuestr.. ¡Agh!
El Ronin cayó sobre Cruz, que intentó darse la vuelta. De pie, con el tubo que había usado para cascar cocos, otra cara conocida sonreía con maldad. El bigote desordenado, el pelo negro y enmarañado, la ropa interior anticuada... Era el hombre del saloon. Antes de que Cruz pudiera reaccionar, soltó el tubo y cogió la katana del samurai sin honor.
-El muy cabrón creía que seguía dormido. ¡Ja! ¡Chupate esa, perro amarillo! - Y brandiendo la espada con considerable habilidad, amenazó a Cruz- No te muevas, amigo. Solo voy a coger la bonita ropa que descansa sobre esa roca y a mi amigo y nos iremos en uno de estos fabulosos caballos. Me gusta la ciudad, y a mi amigo le va a gustar mucho más... ya lo creo...
Se rió, baboso, mostrando varios dientes de oro.
Una vez vestido, arrancó las cortinas del carro e hizo unas duras ataduras para el Ronin todavía inconsicente (el golpe había sido tan fuerte que su casco de Samurai se había partido por la mitad) y otras para atar al atemorizado viajero dimensional a la rueda del carro. Si el desagradable cowboy no hubiese tenido la dura espada o Cruz hubiese podido utilizar el cuchillo improvisado con un trozo de espejo... Pero estaba en la bolsa de deporte, en el carro.
El hombre puso al Ronin sobre el caballo, y luego montó de un salto. Empezó a trotar hacia donde creía que podía estar la ciudad, asegruandose de que llevaba bien atados a la espalda los dos bidones que había cogido.
El loro descendió hasta posarse en la arena, delante de Cruz. Silbó.

60



Pasó la noche recordando viejos tiempos y sorbiendo papilla primero, hasta saciarse, y después agua. Cuando acabó el bidón del agua y lo lanzó, por fin, al ruidoso loro, que no parecía tener ninguna necesidad de dormir, ya estaba amaneciendo.
Con la luz del alba, atisbó un pequeño islote a cierta distancia. Sin dudarlo demasiado, se quitó la camisa hawaiana y los pantalones, los dejó sobre una roca cercana, al lado de las botas, y se echó al agua.
Cruz había sido siempre una persona completa. Excepto por sus dificultades para entablar relación con otras gente, era un hombre dotado tanto de talento como pasión para las ciencias y las letras, no le faltaba cierto sentido artístico (aunque sí que carecía de formación en este campo) y siempre había tenido un cuerpo fuerte y entrenado, gracias, en parte, a la figura de su padre, que aunque durante la mayor parte de su vida había estado ausente, le transmitió un gran aprecio por el deporte y el ejercicio físico. Como nadador no era nada malo, por lo que no tardó demasiado a llegar hasta la negra islita, rocosa y escarpada. Tenía una especie de montículo en su centro, sobre el cual habían crecido unas escuálidas palmeras. Se tumbó sobre la playa de negras arenas volcánicas para secarse al sol mientras su mente divagaba. Si además de loros, esas playas tenían algunos peces, quizás podría pescarlos para comerlos a la brasa. Pensó en su madre, y en sus advertencias en contra de nadar después de comer, para evitar cortes de digestión. Su madre, siempre preocupada pero siempre apoyandolo para que fuese adelante y progresara. Probablemente, la única persona que no le había mirado mal cuando decidió, tras terminar la carrera de física dos años antes de lo normal, una muestra más de su gran intelecto, dedicarse a la criptofísica y al estudio de las dimensiones paralelas. “Malgastarlo”. Incluso su amigo, el periodista, no acababa de verlo claro. Pero su madre le apoyó siempre.
Unas risas interrumpieron sus pensamientos sobre su madre. Corrió a esconderse tras una de las porosas rocas que salpicaban la isla, y lo hizo justo a tiempo. Un hombre con cara de presidiario perseguía por la playa, enhiesto, a una exhuberante y risueña mujer en topless. Cuando la alcanzó, la empujó hacia una de las rocas y la besó en la boca y en los senos. Cruz se marchó, con sigilo, y echó a nadar tan rápido como pudo cuando ella se agachaba.
Llegó medio ahogado a la playa. Tosió, asustado por lo que acababa de hacer... Se había adentrado en el Reino, sin darse cuenta... no se le había ocurrido que la masa de agua también podía contar como terrirorio del Reino. Esperaba que nadie lo hubiese visto.
Observó con atención hacia la isla y a su alrededor, esperando ver surgir de pronto a algún Pipa o Pensador atigrado de alguna de esas compuertas que utilizaban sin que Cruz entendiese como.
Una vez se hubo calmado, decidió que no se movería de los alrededores de la cabaña. Para pasar el rato, volvió a dedicarse a la máquina. Cogió con cuidado las piezas que había limpiado esa noche y, mediante la prueba y error, descubrió como encajaban. Horas después, se sorprendió al comprobar que se trataba de un aticuado alambique. Pasó distintas horas vagando alrededor de la cabaña, bastante aburrido, y desmontó un gran tubo metálico del alambique que acababa de montar para intentar cascar alguno de los cocos que descansaban en la arena, bajo las palmeras. Lo consiguió cuando ya anochecía, por lo que bebió su leche, comió su pulpa y, satisfecho con probar algo distinto de la papilla, y tas lanzar los restos del coco al loro, que casi parecía que se lo esperaba, sacó el saco de dormir del carro y se dispuso a descansar. Cerró los ojos y, al instante, se durmió plácidamente...
-Buenas noches. -Despertó. Una voz ronca justo tras su oreja y el tacto del acero en la nuca- No creas que esto es un sueño. Y no te muevas, porque lo que notas en el cuello tampoco lo estás soñando.

59



Acababan de descubrirle. Y ninguna de las posibilidades que el Pensador le había relatado esa mañana le parecía especialmente atractiva. Miró a su alrededor, en la oscuridad. Solo se oía el oleaje. Y, súbitamente, de nuevo el grito ininteligible. Recordó que la primera ver que el Pensador le habló, usaba una lengua que él no comprendía.
-¿Hola? -se atrevió a decir Cruz, sudando más de lo que la cálida noche caribeña justificaba.
El grito sonó de nuevo, esta vez a sus espaldas. Lo siguió un aleteo. El loro se posó de nuevo sobre la cabaña.
-¡Joder! -Cruz saltó a la playa para buscar una piedra que tirarle, pero no encontró más que finísima arena blanca, muy distinta de la áspera y rojiza que salpicaba el desierto de tierra carmesí.
El susto lo había puesto muy nervioso, por lo que probablemente no podría dormir. Aunque, por otro lado, había descansado cuatro días seguidos... No hubiese podido dormir de todos modos. Decidió explorar los alrededores de esa cabaña, desierta. Posiblemente era como el barrio abandonado en el que había descubierto que el traje de astronauta era el Ronin: Una zona periférica por la que no pasaba nunca nadie.
La cabaña era muy pequeña, de madera, con hojas secas de palma como techo. Precisamente unas cuantas palmeras se trocían, lánguidamente, a su lado, formando una especie de ramillete que se inclinaba hacia la playa. Detrás descubrió algo que le pareció bastante insólito. Un destartalado aparato metálico, medio enterrado por la arena. Dedicó varias horas a desenterrar las distintas piezas que estaban desperdigadas por la arena y a limpiarlas como podía a base de soplidos y, si era preciso, manotazos. Pese a su amor por la mecánica, al final se cansó de esa tarea, por lo que se sentó en la arena a sorber un poco de papilla. La verdad es que no le gustaba especialmente, pero llenaba la barriga, y eso era suficiente. Miró las estrellas. No eran distintas de las que se veían en su mundo... Curiosamente, la noche que había despertado en el desierto, estaba bastante seguro de que no se veía ninguna estrella. Pero quizás era porque estaba a punto de amanecer, y el cielo ya estaba demasiado claro.
Entre sorbos, pensó en su viaje. Se había quitado las botas de combate, y arremangado los pantalones beige. Las olas le mojaban los dedos de los pies, enredando el escaso y casi invisble pelo rubio que crecía sobre ellos. Las dimensiones respondían a géneros de ficción distintos... Le parecía bastante evidente. Y si sus calculos aseguraban que estaba en una dimensión no contenida en ninguna otra, eso era lo que ocurría... probablemente, los aparatos para detectar la posición de su máquina estaban mal construidos. Veía las cosas con bastante claridad, gracias al estado de relajación en el que había despertado su mente esa mañana. No sabía a qué se debía, pero le gustaba, por fin, no ser presa del pánico y el horror.
Había visitado una dimensión de ciencia ficción pulp y una dimensión western. Dos géneros que de pequeño le habían gustado... ¡Y en los que había escapado a la muerte por los pelos! Y al final había acabado en una dimensión pornográfica. Si no fuese por ello, hubiese coqueteado con la idea de que sus gustos determinaban de algún modo la dimensión en que aparecía, independientemente de lo que él marcase en el dial. Pero, por muy raro que pareciera, no le gustaba demasiado la pornografía. Le sacaba mucho más partido a una imagen provocativa de un anuncio de bañadores que a una película porno. Recordaba aún cuando, con unos 11 años, persiguió a su amigo, que todavía no era periodista, por medio colegio. El amigo había traido una estampita obscena, de lo más cutre, en que una exhuberante pero no especialmente agraciada modelo enseñaba los senos y se abría de piernas con la lengua colgante en lo que pretendía ser una expresión de deseo o lascivia. En vez de para que se la mostrase, lo que hubiese hecho cualquier chico de su edad, Cruz persiguió a su amigo hasta convencerlo de que la rompiera y la tirara a la basura. Con una sonrisa recordó cómo, poco después, su amigo volvió armado con un rollo de celo, y enfadado con Cruz, para recuperar los pedazos.

58



Efectivamente, pocas horas después, Cruz pudo distinguir algunas estucturas a lo lejos. La mayor patre eran muy bajas, pero no las más alejadas, que eran grandes bloques de edificios. Parecía que las pocas nubes que veía en el cielo se concentraban sobre estas estructuras, pero eso le llamó la atención pocos momentos, pues rápidamente se concentró en identificar un sonido que no conseguía ubicar. ¿A quien se le ocurriría pensar que oye las olas del mar cuando está atravesando el desierto?
Ya anochecía cuando pararon el carro. El Pipa conductor ayudó al Pensador a bajarse.
-Este es uno de los edificios más periféricos del Reino. -dijo hundiendo los pies en la densa y suave arena de la playa- Esteban, escondete en el carro. Voy a llamar para que vengan a buscarnos.
Cruz se escondió en el interior, entre dos cajas de bidones y con la espalda apoyada sobre su bolsa de deporte y lo que parecía ser un saco de dormir granate, bien enrollado y atado. Detrás, los Personajes muertos. Delante, por la rendija abierta entre las cortinas que dividían el interior del carro del exterior, podía ver al Pensador. Estaba parado ante la pequeña cabaña, sobre la cual se había posado un colorido loro que no dejaba de parlotear en alguna lengua que no alcanzaba a discernir, quizás en inglés. El Pensador se concentró. A su derecha, el Pipa. A su izquierda, Pan miraba al loro con atención. Cruz se fijó en su Pipa. Su postura y actitud eran muy distintas a las del otro delgaducho, iba mucho más erguido y en su cara chamuscada y vacía de facciones se atisbaban pequeñas muestras de emoción. De pronto, del interior de la cabaña salieron lo que eran, sin duda, dos Pipas... Pero dos Pipas muy distintos de los que había visto cruz hasta entonces. Para empezar, su piel era de un color más moreno que el de los pálidos Pipas que había conocido hasta entonces, y estaba surcada de rayas oscuras parecidas a las de un tigre o un gato. Eran más altos y fornidos, sin el aspecto enfermizo de los que conocía, y sus antebrazos eran más anchos, probablemente para sostener la protuberancia dentada que les surgía de la muñeca y con la que apuntaban al Pensador y a los dos Pipas. Cruz recordó como el Pipa que lo había rescatado había usado un arma natural similar, aunque menos larga y con tres dientes en la punta, en vez del estrecho círculo de incontables dientecillos del que disponían estos nuevos Pipas. Las alargadas cabezas propias de un delgaducho, en su caso carecían prácticamente de barbilla, probablemente por la fácida y deslucida papada que pendía desde los protuberantes y oscuros labios hasta la base del cuello. Cruz quería ver como serían los Pensadores, pero Pan se volvió disimuladamente hacia él y, con un gesto, le hizo entender que se escondiera.
Desde el carro no conseguía entender bien lo que se decían, pero sin duda lo que sonaban no eran las ásperamente ahogadas voces de los Pipas sino las aniñadas vocecillas de Pensador. La más aguda era la de su cuidador, que también era la que más hablaba, y la que le respondía era ligeramente más grave, pero no demasiado.
Cruz se moría de curiosidad por oir lo que decían, por lo que, muy lentamente, sacó la cabeza de detrás de la caja, para mirar a través de la cortina... Si Pan no le hubiese tapado la boca, se hubiese delatado por el grito provocado por la aparición súbita de una cara marrón y agrietada a pocos centímetros de su nariz.
-Vamos a llevar regalos -dijo Pan- Tú quedate aquí, dice el Pensador. Volveremos pasado mañana por la mañana.
Cruz asintió mientras, entre crujidos, el Pipa se descoyuntaba para poder cargar con tres cuerpos, que sacó fuera. Se los pasó a algún otro Pipa, Cruz no sabía si atigrado o “clásico”, para volver a entrar.
Cuando se hubieron ido, todavía quedaba media docena de cuerpos apelotonados, algunos desnudos, otros medio vestidos.
Lentamente se atrevió a sacar la cabeza. No veía a nadie. Con pasos lentos, escuchando por si oía alguno de los delatores crujidos de Pipa, se aventuró a cruzar la cortina. Acababa de poner el pie afuera, bajo la luz de la recién salida luna, cuando un grito lo paralizó.

57



-Verás, -dijo el Pensador- como ya llevamos cuatro días de camino, probablemente estemos a punto de llegar.
-¿A dónde?
El Pensador cerró los ojos, comunicandose telepáticamente con el Pipa conductor. Cuando hubo acabado, tendió el dedo blanquecino y surcado de pequeños capilares azules hacia el horizonte, donde se veían unas pocas nubes blancas.
-Al anochecer llegaremos a otro Reino.
-¿Allí es donde me llevas?
-No, se trata solo de la primera parada de nuestro viaje. El Reino al que vamos es de tamaño parecido a nuestro Reino, y sólo mantenemos con él relaciones ocasionales. Por eso, llevamos algunos Personajes Potentes como ofrenda de paz.
-¿Personajes potentes?
-Servirán para alimentar a su Rey y para demostrar que no venimos con intención de robarles Personajes.
-Ah...
-Es más, cuando lleguemos, llamaré mentalmente para que vengan a recibirnos. Deberás esconderte en el carro.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Si te vieran podrían pensar tres cosas: La primera, que eres un Pipa transformado. Pero sería muy raro, y eso les haría sospechar... Podrían atacarnos antes de que pudieramos decir nada.
-Oh.
-La siguiente opción es que entiendan que eres un Perdido... y si intuyen que eres un Perdido Primigenio, podrían arriesgarse a robarte por la fuerza, matándonos a nosotros.
-¿Y no podrían hacer eso igualmente, para robar los personajes?
-No vale la pena enfrentarse a dos Pipas por unos cuantos Personajes. Y en la mayoría de los Reinos, tampoco por un Perdido. Pero sí por un Perdido Primigenio.
-¿Y cual es la tercera opción?
-Podrían pensar que yo... -Se estremeció con asco, cerrando fuertemente los ojos- ... Que comparto asiento con un Personaje. Primero me matarían a mí y luego irían a destruir nuestro Reino, por si este comportamiento tan desagradable y antinatural fuese allí normal. Y daría lo mismo que pudieran destruirlo como que no tuvieran suficiente poder. Irían a ello y avisarían a los reinos circundantes, para que se unieran a ellos. Al final, aunque les costase cientos de muertes, vencerían.
-Vaya... Quizás sí que es mejor que me esconda...

56



-¡Me llamo Pan! -dijo con alegría la voz asmática del recién bautizado Pipa.
-Sí. -Dijo Cruz con cara de satisfacción- Porque tu cara, redonda, marrón y crujiente, parece una barra de pan.
El Pensador arqueó sorprendido una de sus inexistentes cejas mientras el Pipa conductor regresaba a su tarea. Podía sentir el gérmen de algo en la mente de Cruz. Si antes había habido un palpitante cúmulo de negro desánimo, miedo y agresividad, que bañaba todos sus pensamientos, ahora esa masa de ideas temerosa se había calmado, durmiendo en lo más profundo de su mente. El perdido había aceptado su situación, ya no se sentía amenazado por un mundo extraño. Probablemente ese era el por qué de ese razonamiento tan pueril al darle nombre – ¿No era el pan algo que comían los Personajes? - pero que Esteban empezara a relajarse no podía ser síntoma de más que una cosa. Se estaba curando.
Sonrió, con su boca llena de dientes diminutos, mientras las agallas que eran su nariz se abrían y cerraban sonoramente, con su penetrate olor a pescado. Los ojos, de un color verde pálido y tan pequeños, como un piñón, que se perdían en la inmensidad de su cabeza, se volvieron hacia el sol. Dentro de poco, Esteban empezaría a recobrar la memoria.
El doctor Cruz observó el paisaje mientras empezaba a sudar. Estaban en un desierto, por lo que no era extraño que pudiera hacer calor, pero si en los desiertos las noches son frías, la que se estaba acabando en este desierto no lo había sido. Cruz se alegró de llevar una fresca, aunque hortera, camisa Hawaiana.
-Pensador. -Dijo Cruz después de un rato.- ¿Para qué llevamos todos esos hombres y mujeres muertos allí atrás?
-¿Hombres y mujeres? ¿Eso qué es?
-¿Como que qué es eso? Las mujeres... Los hombres son... -Cruz hinchó los músculos y puso mala cara, como los cadáveres masculinos del carro. Después hizo un gesto, meneando el índice entre las piernas- Ya sabes...
-Aaah. Ya comprendo. No solemos distinguir, los llamamos Personajes a secas. Pero en el Reino tenemos a un el Pensador que sí lo hace. ¿Reparaste en él? Tenía el cráneo cubierto de cicatrices como las tuyas. Él los llama “Protuberantes” y “Pechugonas”, pero es una distinción innecesaria, a mi parecer.
Cruz no pudo evitar reirse mientras el pensador lo acompañaba, riendo a su vez sin saber de qué. -¿De dónde has sacado lo de “Hombros” y eso, Esteban?
-Da igual... -Dio un trago de agua fresca- Pero, dime, ¿Por qué los llevamos?

55



Cruz tendió la mano hacia el Pipa que lo había salvado de una muerte segura a manos del Ronin, que lo había sostenido para que no cayera cuando dormía y le había dado el agua cuando la sed le apremiaba. El Pensador lo miró con curiosidad, pues había algo de antinatural en que un Pipa tuviese nombre, e incluso a estos seres les despertaba una morbosa atracción lo que violaba las leyes de la naturaleza. También el delgaducho que conducía el carro pareció torcer ligeramente la cabeza con interés.
Cruz amaba la ciencia, pero desde pequeño también le había encantado la literatura. Los libros habían sido muy buenos compañeros, y recordaba grandes aventuras vividas con los ojos volando veloces sobre las líneas de algúna novela. Había decidido rendir homenaje al primer libro que no había podido dejar de leer. Debía de tener alrededor de 11 años cuando, en el colegio, le encargaron comprar Robinson Crusoe. Poco más de un mes después de comprarlo, la profesora les recordó que al final del trimestre deberían haberlo leído. Esa noche, en la cama, decidió empezar... Debían de ser las dos de la madrugada cuando vino su madre, que se había despertado para ir al baño, a decirle que dejase de leer ya y que durmiera...
Él mintió, y dijo haberse olvidado de que les habían encargado tener leído Robinson Crusoe para el día siguiente. Esa misma noche lo terminó.
Recrodaba con odio a la profesora, que cuando hubo pasado el tiempo y encargó un comentario del libro a los alumnos, calificó mal la suya. Además del texto, había incluido un dibujo de Polly, el loro de Crusoe, y un busto del mismo Robinson con su gorro de piel de cabra. “En vez de hacer tantos dibujitos, deberías de haberte leido el libro” escribió ella en rojo.
Cruz estaba decidido a rendir un homenaje a Crusoe. Él, explorador perdido en un mundo extraño, llamaría a su fiel compañero como al amigo inigualable de Robinson. Un amigo muy distinto al naufrago inglés, pero que le no por eso dejó de demostrar una fidelidad y amistad inquebrantables. El Pipa se llamaría Viernes.
El Pensador lo miró, expectante. El conductor torció del todo la cabeza. La luz del sol naciente bañaba la escena, dándole un tono dorado. Esperaban el momento solemne en que Esteban Cruz, el Perdido Primiegnio, daría un nombre a su más fiel servidor.
Éste, por su parte, pasó los dedos por la cara tostada de su Pipa personal, cuya piel chamuscada y dura estaba surcada por profundas y aún más duras y crujientes grietas. Fue entonces cuando lo decidió.
-A partir de ahora, -dijo sonriente- te llamarás Pan.

54


Cuando despertó, Ya no había ni el más minimo rastro de la ciudad. En la noche iluminada por la luna llena, solo se distinguía un inacabable desierto de tierra roja, con grandes formaciones rocosas y redondeadas en la lejanía. El pensador seguía mirando al tendido, y el Pipa seguía conduciendo el carro. El delgaducho que lo había estado sosteniendo apartó el brazo de sus hombros y lo miró, con lo que parecía una media sonrisa. Seguía algo sucio de hollín, pero sus quemaduras habían cambiado completamente de aspecto. La cara se le había vuelto marrón, y parecía el lecho seco de un lago, cubierto de profundas grietas que resultaban especialmente extrañas en la fina piel que cubría la depresión que eran sus ojos. Resaltaban más la extraña sensación de ceguera que sugerían las cuencas oculares tapadas de los Pipas.
Con la boca seca, carraspeó:
-¿Dónde estamos?
El Pensador se dio la vuelta.
-En el desierto. ¿Como te encuentras, Esteban?
-Me he... -Se interrumpió para toser- Me he dormido...
-Sí, y la verdad es que empezaba a preocuparme. Después de una curación acelerada como la tuya, los ataques de sueño son naturales... Pero al tercer día de dormir, la situación empezaba a ser menos clara...
Cruz miró de nuevo a su alrededor. Era de noche. Desperezándose, movió las piernas, hormigueantes después de tanto tiempo de sueño.
-¿Cuatro días?
Supo que era algo extraño, que en otro momento le hubiese alarmado mucho más... Pero el estado mental de alguien que estaba pasando lo que Cruz resulta muy dificil de imaginar. El estar lejos de casa, la extrañez de la stuación, el Ronin, la pena por las quemaduras de su Pipa, el hambre y la sed que le destrozaba la garganta, después de cuatro días sin comer, los huesos del cráneo, que por primera vez no le dolían en lo más mínimo, el sueño reparador y profundo, probablemente una tranquilidad provocada por los poderes mentales del Pensador...
El Pipa le dio uno de esos pequeños bidones con un tubo, y Cruz lo aceptó, pero al tomarlo se dio cuenta de que se sentía un peso y una densidad distinta del de los bidones de papilla. Era agua, y además bastante fresca.
-Aaaaaah... -exhaló al fin- ¡Qué buena! Pero... No recuerdo que hubiera bidones como este, azules, dentro del carro.
El Pipa respondió, con su voz de ahogada salchicha chisporroteando en la parrilla.
-Hay un cajón lleno, Esteban Cruz.
-Gracias – dijo él volviendo a beber.
El Pensador parecía concentrado, quizás hablaba con su delgaducho, pero Cruz dejó de fijarse en ellos para ver el sol, que se alzaba en el horizonte tiñiendo de un cálido naranja el cielo, sin el más mínimo atisbo de nubes, y las arenas del desierto, ya de por sí rojizas.
Cruz se volvió hacia su Pipa, soltando la presa de su mordisco sobre el tubo de goma.
-Ya he decidido cual será tu nombre.

53



Las herraduras de los dos magníficos caballos blancos resonaban por las calles vacías, tan sorprendentemente explosivas en el silencio de la ciudad abandonada como el chocar de las botas de Cruz cuando se había lanzado a la carrera. El carro gemía y crujía ligeramente, y el viajero interdimensional sorbía. Cuando hubo vaciado el bidón, decidió que era el momento de hablar sin tapujos con el Pensador. Quería saber lo que ocurría, quería saber qué hacían, quería... Pero con las tripas llenas y sus fatigados músculos y reformados huesos, un tremendo sueño se apoderó de él. El Pensador lo miró, con sus pequeños ojos verdes, cuando emitió un murmullo ininteligible. Lo observó unos instantes, moviendo solo las agallas que se abrían y cerraban rítmicamente sobre su boca, para después volver a su estado de pasividad completa, mirando al tendido sin inmutarse por nada.
Cruz batallaba contra sus párpados para mantenerlos abiertos, luchaba con su boca para que no se abriese, babeante y relajada y peleaba con sus manos para que siguieran ansiendo el bidón. Pronto el pequeño cilindro metálico rodó, y cayó al suelo, más allá del borde del carro... Pero no se oyó su retumbar sobre el asfalto. Cruz se fijó en lo que tenía a su alrededor, algo en lo que no había reparado durante su lucha contra el sopor. Ya no estaba en el impoluto barrio abandonado. Las aceras, irregulares. bordeaban, un camino de gruesa arena y fango seco. Algunos edificios empezaban a alzarse para ser solo una esquina, perfectamente normal por un lado pero parecida a una extraña formación geológica por el otro, que hacían pensar en estalactitas, estalagmitas y termiteros. O en la tierra ligeramente humeda que formaba los túneles que habitaban los fieles Pipas, los Pensadores y la magnética Reina del Porno.
Cruz se pasó una mano por la cara, más dormido que despierto. Volvió a murmurar algo al Pensador, que pareció no oirle, y después miró a su Pipa, que aún tenía la cara cubierta de hollín y quemaduras. La cabeza del científico pendió súbitamente cuando perdió su fuerza, justo antes de que empezaran a oírse sus suaves ronquidos. Su Pipa le pasó el brazo por los hombros para que no se cayera del carro con el traqueteo, y lo apoyó contra su esquelético pecho, para que al despertar no le doliese el cuello.

52



Cruz aún buscó por la azotea unos minutos, buscando sin saber muy bien el qué, mientras el Pensador esperaba, paciente. Finalmente se rindió, y sus respectivos delgaduchos los llevaron en brazos hasta la calle. Allí les esperaba una especie de carro, parecido a los de las películas del oeste, con caballos incluidos.
-¡¿Pero qué es esto?!
El pensador se subió al banco de madera que había en la parte delantera y su Pipa lo siguió para sentarse a su lado, en el centro.
-Vamos, vamos, Esteban. Aunque no tengamos prisa, esta zona está más al sur que el punto que había previsto para salir... ¿Y tampoco vamos a quedarnos aquí por nada, verdad?
-¿Pero a qué viene lo del carro? ¿Y los caballos? ¿De dónde han salido? ¿Y por qué un carro? ¡Pero si en esta misma calle hay tres coches abandonados!
-No sabemos maniobrar con los coches, Esteban. Venga, sube.
El hambiento Cruz montó, escrutando el edificio del que habían bajado. Ese Ronin había desaparecido sin dejar rastro... El Pipa del pensador tomó las riendas de los blancos caballos, que relincharon sonoramente antes de arrancar a trotar.
-Yo sí que sé conducir un coche. -dijo finalmente Cruz. El hambre lo mareaba.
-¡Qué pena no haberlo sabido antes! Pero ahora ya lo tenemos cargado, volver a descargarlo todo sería perder mucho tiempo.
Cruz se giró, para mirar la parte cubierta del carro. No pudo evitar dar un pequeño salto, y porbablemente se habría caído de no haber sido por su Pipa, que lo cogió por los hombros. Además de algun cajón de madera, había decenas de cadáveres desnudos y apilados, con sus caras de macarra, sus pieles tatuadas y sus amplios senos. Algunos aún conservaban algo de ropa. Otros exhibían sus fríos genitales de cadáver con el mismo pudor con el que lo habían hecho al estar vivos.
-¿Qué es todo esto?
-Son, simplemente, Personajes y unos cajones llenos de bidones de papilla para tí.
A Cruz se le pasó el asco de golpe, en pocos momentos ya estaba sorbiendo papilla como un loco. Así que a los hombres y mujeres de la superficie los llamaban “Personajes”. ¿Pero para qué querían llevarse todos esos cadáveres porno de viaje?
Es más. ¿A dónde iban?

51



Cruz estaba observando el callejón. El Ronin debería de haber aterrizado allí cuando la tienda de campaña se rompió por el tirón. Oyó al pensador a sus espaldas:
-¿Esteban, qué ha pasado?
Cruz se giró. El Pensador y el Pipa de la bolsa de deporte lo miraban mientras el delgaducho que le había salvado aún se frotaba la cara, negra y enrojecida por las brasas.
Cruz le explicó lo que, atraído por el humo, había descubierto a alguien peligroso acampando en la azotea.
-Mmh... -El Pensador se agachó para inspeccionar los restos desgarrados de la tienda, que aún seguían anclados al suelo. Lo siguiente que inspeccionó fueron la hoguera y el animal chamuscado. - ¿Es esto un gato? ¿Por qué iba alguien a querer quemar un gato?
Cruz estaba examinando la cara de su Pipa particular. Se le había quemado la piel, formando unas llagas muy extrañas de ondulante cuero churruscado. -¿Supongo que para comer, no?
-¡¿Para comer?! -Las pequeñas facciones del cabezudo se retorcieron- ¡¿Quien iba a comerse un animal?!
-Era alguien a quien ya había visto antes, también de otra dimensión, como yo.
La mueca de asco se transformó en una amplia sonrisa.
-¿Ya le conocías? ¿También dices que es de otra dimension? ¡Y se comporta de modo extraño! ¡Es otro Perdido! ¡Quizás, si ya le conocías, incluso otro Perdido Primigenio! -Corrió con excitación hasta Cruz- ¡¿A dónde se ha ido?!
-Ha saltado por ese lado. -Cruz señaló el muro que daba al callejón contrario al de la salida de incendios- Pero, por algna razón, no ha llegado abajo.
El pensador se asomó.
-Qué raro...
Asumió la postura que usaba para la comunicación telepática a distancia, con la expresión de estreñimiento acostumbrada. Cruz miró el gato, medio devorado. Qué lástima que fuese eso, un gato. Si hubiera sido cualquier animal comestible, lo hubiese aprovechado...
-Esteban, ya está arreglado.
-¿El qué?
-He advertido de que en esta zona del Reino hay un Perdido, y posiblemente violento. Lo buscarán. Pero venga, partamos ya.
-Pero... ¿Y el ronin?
-¿El Perdido? No hará daño a nadie, este vecindario del Reino está desocupado, es algo antiguo. Es más, el Pipa se ha equivocado de lugar, no debíamos salir aquí a la superficie... Pero al estar pendiente de que tu Pipa nos pudiera seguir, se ha confundido de túnel. ¡Aunque, en realidad, ha sido un golpe de suerte!- Cruz limpiaba con la camisa la cara manchada de su Pipa.- Otro Perdido... ¡Qué maravilla!

50



El traje se quedó paralizado unos instantes, sorprendido.
Cruz seguía con el brazo en alto, sin ser consciente de ello.
Con un movimiento súbito, el traje espacial saltó hacia su derecha, hacia donde estaba la tienda de campaña, ocultándose de la vista de Cruz. Con cautela, el viajero dimensional se pegó a la pared hasta llegar a la esquina. Maldijo para sí a los pensadores que lo habían privado de sus armas. La tienda le limitaba el campo visual, pero el traje no podría sorprenderlo por la espalda, si intentaba rodear la especie de edificio del centro de azotea, Cruz oíria las pesadas botas de astronauta sobre la gravilla... Se llevó la mano a la cintura, dispuesto a desenfundar la pistola... Sólo para volver a recordar que estaba desarmado. Y el cuchillo hecho con un fragmento de espejo esperaba oculto en la bolsa de deporte.
Con la espalda contra la tienda, se asomó. Recibió una buena dosis de gravilla en plena frente. Se tambaleó y retrocedió unos pasos. El Traje avanzó, gritando, y Cruz se fijó en un detalle de su cintura que no tenía nada que ver con el equipo de los cosmonautas sovieticos... Llevaba un curioso cinturón con dos fundas parecidas a las de un pistolero pero mucho más largas. Vainas. El traje se dirigía hacia él con una espada en alto. En el suelo, con la frente hormigueante de dolor, intentó reptar de espaldas para ponerse a salvo. Las manos le resbalaban por las piedrecitas que cubrían el suelo, y caía dolorosamente sobre sus codos en vez de avanzar. Conocía esa katana de empuñadura carmesí que descendía, dispuesta a partirle esa cabeza surcada por deformantes cicatrices. Pero un estruendo de articulaciones crujientes y gravilla pisada precedió al trueno que rompió en pedazos el cristal ahumado de la escafandra, diseñado para resistir en el vacío del espacio. El Pipa había llegado. Antes de que el traje tocara el suelo, el Pipa aterrizó con los brazos y se impulsó para saltar. Cruz pudo incorporarse a tiempo para ver, dentro del casco, la desorientada cara que ya conocía de la dimensión Western, la del ronin que se había llevado al infeliz sin pantalones del Saloon. El Delgaducho aterrizó sobre el pecho del traje y, con un graznido, arrancó de cuajo el casco. Temblando de rabia, lo estrujó entre las manos y lo lanzó, como si se tratara del envoltorio de una golosina. El ronin hizo ademán de clavarle la espada en el costado, pero el crujiente ser se dobló hacia un lado, esquivando el mandoble... Y permitiendo que el samurai sin honor cogiera con su guante aislante las brasas aún calientes de la hoguera y se las tirase a la cara. El Pipa gritó, con su voz de papel arrugado, mientras intentaba liberarse del ardiente polvo, y el ronin se deshizo de él con una contundente patada. El delgaducho era muy fuerte, pero los músculos de alguien capaz de ser ágil enfundado en un traje espacial no podían tomarse tampoco a la ligera. Rodó hasta la tienda de campaña, cortó con su espada algunas de las sujeciones y tiró con fuerza, rodando hacia la dirección contraria. Parcialmente envuelto en la tienda, que aún estaba anclada al suelo por uno de sus lados, pudo arreglárselas para superar el pequeño muro y lanzarse al vacío.

49



Las botas de Cruz resonaban mucho más de lo que se hubiese imaginado en esas calles completamente desiertas. El edificio del que venía la humareda estaba al fondo de la avenida. La puerta de entrada estaba cerrada, pero solo le hizo falta penetrar en un callejón lateral para descubrir una de esas escaleras de incendios externas que tantas veces había visto. El problema era hacer bajar el primer tramo, para poder subir... Empujó un contenedor maloliente para, desde allí, intentar colgarse de la escalera. Saltó, y, como estaba en forma, los dedos llegaron a rozar el metal.
Antes de que la pared de ladrillo le estampase un sonoro beso en la cara deformada, unos fuertes brazos lo atraparon entre crujidos. Su Pipa personal lo había cazado al vuelo.
Cruz reprimió sus deseos de abrazarlo.
-¡Arriba! -Dijo.
El delgado obedeció, con cierta cara de satisfacción, si es que un Pipa podía estar satisfecho.Trepaba a gran velocidad, por lo que llegaron rápidamente al tejado. Una azotea con una especie de pequeño edificio en su centro, que probablemente era por donde se llegaba desde el interior. La columna de humo surgía del lado oculto, el que quedaba detrás.
Cruz pidió silencio con un gesto. Se acercó, intentando hacer el menor ruido posible pese a la molesta gravilla que cubría el suelo. Llegó hasta la pared. Pegado a ella, asomó la cabeza por la esquina.
Podía ver el extremo de su tienda de campaña, y una pequeña hoguera con los restos de alguna clase de animal ensartados en un palo. Y en el borde de la azotea, con una de las pesadas botas sobre el bajo muro, su traje de astronauta, que parecía otear el horizonte.
Cruz se decidió. Dio unos pasos hacia el traje.
-¡Eh, tú!
Sorprendida, la escafandra se giró en su dirección.
Probablemente no hubiese sonado tan confiado de haberse visto, con la camisa amarilla y los pantalones mal conjuntados, pero con gesto seguro, Cruz señaló con una mano mientras mantenía la otra firmemente agarrada a la cintura.
-¡Tienes muchas cosas que explicarme!

48



El Pipa lo miraba. El Pensador, también.
-Hola... -dijo Cruz, al fin.
-¿De verdad eres incapaz de hablarle con la mente, Esteban?
El Pensador Cuidador parcía desaprobar su falta de telepatía, pero en el fondo sentía la pena que uno puede sentir al ver a un ciego desorientado por la calle.
-También puedes comunicarte con él dándole ordenes habladas, supongo...
Cruz no sabía bien qué hacer, estaba hambriento, y eso nunca había sido bueno para su agilidad mental.
-Puees... ¿Qué tal, cómo te llamas? -Le tendió la mano.
El Pipa la miró, sin saber exactamente qué hacer.
-Esteban, no tienen nombre. Se identifican por como saben sus ondas mentales...
-Ah, ya...
El Pensador, dándolo por imposible, ordenó algo mentalmente al Pipa de la bolsa de deporte. Por no quedarse sin hacer nada, Cruz ordenó a su Pipa que hiciese desaparecer esas corbatas. Mientras se replegaban para meterse dentro de su cuello, Cruz se fijó en una columna de humo, en la cima de un edificio relativamente alto. Fijando su vista, pudo percibir, en la azotea, un reflejo muy familiar. El del sol sobre la escafandra de su traje espacial.
-¡Esteban! -Casi tumbó al pequeño Pensador cuando arrancó a correr- ¡Vuelve!
¿Era eso un ataque de cólera? ¿Correr hacia el traje, desarmado, con esa ridícula camisa de flamencos ondendo al viento y muerto de hambre?
Mira, mala suerte. De todo lo que ocurría en esa dimensión, el traje animado era lo que más le costaba entender. Y eso no le gustaba.

47



Transitaron por multitud de túneles hasta que, sin previo aviso, salieron a la cegadora luz de la superficie, desde el interior de un buzón.
-¿Qué ha pasado ahí dentro? -Preguntó Cruz cuando se apearon en una acera desierta- No... no entiendo nada...
El pensador puso su fría mano sobre el hombro de Cruz.
-Esteban. -Solemne, clavó su mirada verde en los ojos azules del científico- Algún el Pensador estaba poco convencido de que yo tuviera razón sobre ti. Pero la reina me ha confirmado lo que yo ya sabía. Eres el Pensador que ha olvidado que lo es. Y no uno cualquiera.
-Pero... -Su cuidador lo interrumpió, con un gesto. Había empezado a percibir su confusión mezclada con cierta rabia ante su insistencia.
-No, déjame hablar. Ya has visto cuantos individuos formamos el reino. La gran masa de Pipas, los pocos el Pensador, la Reina...
-Sí, pero...
-Hay otros reinos, con sus el Pensador y sus Pipas, y su Rey o Reina. -Escupió al hablar de estos últimos.- Pero pueden perderse si sobreviven a su Reino...
Cruz ni siquiera pudo decir “Pero...” antes de que lo interrumpiera.
-Y entonces les pasa lo que a tí. Lentamente olvidan su pasado y adoptan una forma, habitos y costumbres extraños, inventando falsos recuerdos.
-¡Yo no soy un Pensador!
-Cuando veas lo que te enseñaré, quizás recuerdes la verdad. Pero será duro. No eres un Perdido normal y corriente. Eres un Perdido Primigenio.
-¿Un qué?
-Ya lo recordarás. Si no lo fueras, la Reina no te hubiese hecho el honor de darte un Pipa personal.
-¿Un qué? -se repitió Cruz.
Mentalmente, el Pensador ordenó al Pipa neonato que se acercara. Al salir a la calle, pese a que esa zona de la ciudad estaba deshabitada, el que acompañaba al Pensador había adoptado forma humana, pero el otro parecía desorientado y solo había acertado en hacerse crecer un par de corbatas rojas y amarillas.
-Los Pipas son de todos el Pensador. Pero en casos especiales, la Reina asigna a uno a algún el Pensador, que es para su uso exclusivo.
-¿Este... Este Pipa es mio?
-Eso es. Este Pipa no podrá hacerte daño y te protegerá de todo mal y obedecerá tus órdenes.
-¿Siempre que ello no implique dañarme a mí?
-¡Eso es! ¡Empiezas a recordar!
En realidad, esos eran los protocolos teóricos que un conocido suyo, el doctor Lanning, pensaba necesarios para el funcionamiento seguro de robots inteligentes. Aunque, de pronto, una ide la atravesó la mente. ¿Lanning era un falso recuerdo para explicarse que supiera algo de este mundo?
Desechó rápidamente la posibilidad. Su pasado no podía ser un falso recuerdo.