
Por las ventanas no se veía más que una neblina de colores cambiantes. Cruz la miraba, entusiasmado. Nunca hubiese podido deducir esta clase de detalles de sus estudios, aunque el simple hecho de que ahí afuera ya no estuviese su salón-laboratorio era la prueba de que no se había equivocado. Bendito Klaus. No era extraño que lo llamaran El loco... Sus notas, una anécdota pintoresca en el mundo de la ciencia que pudo comprar sin problemas en lo que debió verse como coleccionismo, apuntaban a un sistema para desplazar elementos de una dimensión a otra. Y en los principios que había deducido para para hacerlo se encontraba concentrado su golpe de genio. Pero, en lo demás... Para empezar, sus textos entremezclaban la ciencia pura y dura con anotaciones y con recuerdos de infancia que eran claramente los delirios de un enfermo, y toda su teoría estaba imbuída de un carácter místico impropio de un científico... Hablaba de la divinidad, del poder, de la mente y de sus juguetes de la infancia, todo en un mismo párrafo. E incluso en la ciencia había muchos detalles que no eran ciertos, sus formulas iniciales contenían, por ejemplo, la clave para desbaratar su propia concepción del multiverso. Klaus creía que las dimensiones estaban dentro de otras dimensiones mayores, y que cada dimensión mayor contenía múltiples dimensiones que, a su vez, contenían otras y otras y otras... Un ciclo infinito muy interesante desde su enfoque semi-religioso que era completamente falso. Las dimensiones, como había descubierto Cruz basandose en el propio Klaus, eran entidades independientes entrelazadas en una red por la que, con los medios adecuados, se podía navegar.
De pronto, todo su cuerpo se aplastó contra el asiento de carreras y la neblina que lo rodeaba se arremolinó como empujada por una poderosa tormenta. En algo menos de un minuto, salió despedido hacia el salpicadero, aunque afortunadamente el asiento incluía un cinturón de seguridad. Eso sí lo había podido predecir. Hasta entonces, había estado fuera de su dimensión, pero no había empezado a desplazarse por la red, momento en el que la máquina había “acelerado”. Al llegar a otra “burbuja” dimensional, como las había bautizado, la aceleración había cesado de pronto. Sí, era evidente que, en este plano adimensional, hablar de aceleración o velocidad era ridículo porque no existían, pero el símil era necesario para comprender lo que sucedía sin usar las matematicas. Poco después, volvió a sentir la “aceleración”. Como había indicado el número siete en el dial, se desplazaría siete dimensiones. De nuevo, convenciones espaciales. Era inevitable.
¿Por qué el siete? La verdad, no lo sabía. Quizás, inconscientemente, el diez le pareció demasiado alejado de su dimensión natal pero el cinco demasiado timorato para el hijo de un valiente como su padre. Le gustaba la psicología, pero no autoanalizarse, así que lo dejó. Con un frenazo, de pronto, la máquina ya no estaba envuelta en la neblina de colores sino es una clase distinta de niebla, la que hay en zonas pantanosas. Había llegado a otra dimensión.
De pronto, todo su cuerpo se aplastó contra el asiento de carreras y la neblina que lo rodeaba se arremolinó como empujada por una poderosa tormenta. En algo menos de un minuto, salió despedido hacia el salpicadero, aunque afortunadamente el asiento incluía un cinturón de seguridad. Eso sí lo había podido predecir. Hasta entonces, había estado fuera de su dimensión, pero no había empezado a desplazarse por la red, momento en el que la máquina había “acelerado”. Al llegar a otra “burbuja” dimensional, como las había bautizado, la aceleración había cesado de pronto. Sí, era evidente que, en este plano adimensional, hablar de aceleración o velocidad era ridículo porque no existían, pero el símil era necesario para comprender lo que sucedía sin usar las matematicas. Poco después, volvió a sentir la “aceleración”. Como había indicado el número siete en el dial, se desplazaría siete dimensiones. De nuevo, convenciones espaciales. Era inevitable.
¿Por qué el siete? La verdad, no lo sabía. Quizás, inconscientemente, el diez le pareció demasiado alejado de su dimensión natal pero el cinco demasiado timorato para el hijo de un valiente como su padre. Le gustaba la psicología, pero no autoanalizarse, así que lo dejó. Con un frenazo, de pronto, la máquina ya no estaba envuelta en la neblina de colores sino es una clase distinta de niebla, la que hay en zonas pantanosas. Había llegado a otra dimensión.
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