miércoles, 4 de junio de 2008

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Cuando uno oía hablar de las investigaciones del doctor Esteban Cruz, se esperaba que el tipo fuese un lunático de ojos protuberantes y melena blanca y desordenada o alguna especie de ser escuálido y palido por falta de Sol que, tras unas gruesas gafas, balbucease frases rimbombantes para demostrarse mejor que los demás. Pero el hombre que se afeitaba cada mañana ante el espejo del doctor Cruz no era nada de eso. No demasiado alto y bastante en forma, pasaba la navaja con cuidado por su barba oscura, de un tono radicalmente distinto al pelo dorado que, corto y ordenado, coronaba su cabeza. Normalmente observaba atento, con ojos claros y azules, su mentón cubierto de cortos pelillos, para no cortarse, pero hoy estaba distraído.
Había desayunado, se había duchado y ahora se aseaba antes de dar un último repaso al equipo que había preparado el día anterior con mucho cuidado. La ropa resistente estaba en su sitio. El cinturón tenía lista la pistola, el machete y la cantimlpora. En la mochila ya había metido el... -¡Agh! Se había cortado.
Tapó la herida como pudo con algo de papel de water y siguió afeitandose tal como lo había enseñado su padre, con navaja y sin espuma. Un hombre rudo, nunca se hubiese imaginado que su hijo acabaría siendo un físico conocido... Y nisiquiera podría haber comprendido la forma que tenían de catalogarlo... "Criptofísico". Añade Cripto ante cualquier ciencia y es una forma educada de decir "loco" o "mentiroso".
Suerte que a parte de rudo, su padre también había sido inmensamente rico. Ninguna institución habría querido respaldar sus experimentos... Y aún menos si hubiesen sabido que se basaba en las teorías de Klaus... Klaus el loco, lo habían llamado, antes de que lo encontrasen muerto en su laboratorio.
Secandose la cara, se dirigió a cambiarse. Y sí, algo loco debía estar... Pero a veces en la locura se encuentra la inspiración, y si bien Klaus el loco, con su mente enferma, no supo canalizarla y los estudios que hizó a partir de la formula original eran descabellados, el doctor Cruz había sabido ver su genialidad y utilizarla de forma sensata. Y tras más de quince años de estudios, cálculos y experimentos, no solo había conseguido formular una teoría convincente sino que había construido una máquina para ponerla a prueba.
La máquina. Era una especie de cabina, no muy distinta a un coche, con grandes parabrisas resistentes y un asiento que, por un arrebato caprichoso, era de un auto de carreras. Dentro, el salpicadero lleno de pantallas e indicadores (Todos los digitales tenían un equivalente mecanico, mucho más fiable en caso de que la máquina sufriese daños). Acabó de llenar el compartimento de carga con algunas cajas de municiones, una tienda de campaña plegable unipersonal y algo de comida enlatada. Si bien sabía a donde lo llevaría su máquina, no sabía a qué clase de sitio sería...
Cuando se lo explicó así a su amigo, el periodista, éste se rió por la contradicción. Tampoco le creyó cuando le dijo a donde iría y por eso debía ser que no había venido a ver como iniciaba hoy su viaje, pese a su invitación. Se sentó en la cabina, aún recordando lo que le dijo su amigo. Cierto, ya habían bebido un par de tragos, pero nisiquiera para alguien que aguantase tan poco la bebida como el periodista era natural esa hilaridad. "¿A donde dices que te llevará?" preguntaba entre carcajadas una y otra vez y, agarrandose al mantel para no caer de la silla, lo cual hizo que acabase en el suelo cubierto de tela, dijo como si fuese un chiste "¡Ni más ni menos que a otra dimensión!"
El doctor Cruz subió el contador a "7" y pulsó la ignición.


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