domingo, 14 de septiembre de 2008

46



El Pensador hizo un gesto a algunos Pipas del público y, tras acariciar a la fatigada Reina, se dirigió hacia Cruz.
-Esteban, felicidades.
-¿Qué está pasando?
El Pensador parecía chocado.
-¿No... No has recordado nada?
-No, nada...
El pensador parecía afligido y, a la vez, emocionado.
-Parece que sí, que eres lo que yo pensaba. Que la reina te conceda este honor, además, confirma mis teorías.
Los centenares de Pipas que habían ocupado la cueva empezaron a dispersarse, en silencio. Pocos momentos después, llegaron cuatro, los cuatro a los que el Pensador cuidador había hecho un gesto, llevando a cuestas a un pálido hombre inconsciente al que Cruz reconoció al instante. Era el hombre que se había desmayado y después desaparecido en el supermercado.
Lo llevaron hasta la Reina, pálida y visiblemente más delgada. Con dificultad, se lo llevó a la boca. Con un sonoro crujido, no distinto del de los Pipas, se desencajó la mandíbula. Empezó a tragar al hombre, cuyo contorno se resaltaba perfectamente en la garganta real.
-Percibo tu confusión, Cruz, y la alarma ante lo que te parece como la ingestión de un congénere... -Pensó una orden para el Pipa de la bolsa de gimnasia, que seguía esperando, y para el recién nacido.- Vámonos.
Con un gesto, se despidió de los demás Pensadores. Montaron en el Pipa de la bolsa, que empezó a trotar lentamente para que el novato pudiera seguir su ritmo.
La reina, con mejor cara, se levantó. Ya no era la masa grotesca de grasa que había sido, sino simplemente una gigantesca mujer gorda. Con cortos y pesados pasos de cansancio, se dirigió hacia el trono carnoso para sentarse.

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