domingo, 14 de septiembre de 2008

54


Cuando despertó, Ya no había ni el más minimo rastro de la ciudad. En la noche iluminada por la luna llena, solo se distinguía un inacabable desierto de tierra roja, con grandes formaciones rocosas y redondeadas en la lejanía. El pensador seguía mirando al tendido, y el Pipa seguía conduciendo el carro. El delgaducho que lo había estado sosteniendo apartó el brazo de sus hombros y lo miró, con lo que parecía una media sonrisa. Seguía algo sucio de hollín, pero sus quemaduras habían cambiado completamente de aspecto. La cara se le había vuelto marrón, y parecía el lecho seco de un lago, cubierto de profundas grietas que resultaban especialmente extrañas en la fina piel que cubría la depresión que eran sus ojos. Resaltaban más la extraña sensación de ceguera que sugerían las cuencas oculares tapadas de los Pipas.
Con la boca seca, carraspeó:
-¿Dónde estamos?
El Pensador se dio la vuelta.
-En el desierto. ¿Como te encuentras, Esteban?
-Me he... -Se interrumpió para toser- Me he dormido...
-Sí, y la verdad es que empezaba a preocuparme. Después de una curación acelerada como la tuya, los ataques de sueño son naturales... Pero al tercer día de dormir, la situación empezaba a ser menos clara...
Cruz miró de nuevo a su alrededor. Era de noche. Desperezándose, movió las piernas, hormigueantes después de tanto tiempo de sueño.
-¿Cuatro días?
Supo que era algo extraño, que en otro momento le hubiese alarmado mucho más... Pero el estado mental de alguien que estaba pasando lo que Cruz resulta muy dificil de imaginar. El estar lejos de casa, la extrañez de la stuación, el Ronin, la pena por las quemaduras de su Pipa, el hambre y la sed que le destrozaba la garganta, después de cuatro días sin comer, los huesos del cráneo, que por primera vez no le dolían en lo más mínimo, el sueño reparador y profundo, probablemente una tranquilidad provocada por los poderes mentales del Pensador...
El Pipa le dio uno de esos pequeños bidones con un tubo, y Cruz lo aceptó, pero al tomarlo se dio cuenta de que se sentía un peso y una densidad distinta del de los bidones de papilla. Era agua, y además bastante fresca.
-Aaaaaah... -exhaló al fin- ¡Qué buena! Pero... No recuerdo que hubiera bidones como este, azules, dentro del carro.
El Pipa respondió, con su voz de ahogada salchicha chisporroteando en la parrilla.
-Hay un cajón lleno, Esteban Cruz.
-Gracias – dijo él volviendo a beber.
El Pensador parecía concentrado, quizás hablaba con su delgaducho, pero Cruz dejó de fijarse en ellos para ver el sol, que se alzaba en el horizonte tiñiendo de un cálido naranja el cielo, sin el más mínimo atisbo de nubes, y las arenas del desierto, ya de por sí rojizas.
Cruz se volvió hacia su Pipa, soltando la presa de su mordisco sobre el tubo de goma.
-Ya he decidido cual será tu nombre.

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