domingo, 14 de septiembre de 2008

16



La botella de leche se le cayó, ya vacía, y rodó hasta unos arbustos. Dio, tembloroso, algunos pasos hacia atrás. Pronto se convirtieron en rápidas zancadas.
En la zona de los columpios, los niños no jugaban. Aunque, sin duda, algunos se estaban divirtiendo. El balón reposaba a un lado de banco donde un niño de no más de diez años estaba con su canguro, a la que inmobilizaban dos de sus amigos. Después ya les tocaría a ellos. Cruz corrió por el amplio parque hasta salir de él. Después se paró, apoyado contra la verja. En otro de los bancos, tres padres habían traido a sus hijitas a jugar al parque. Había deseado apartar la mirada con todas sus fuerzas. El movimiento de los seres de esa dimensión hipnotizaba. Los sandwiches, que tan sabrosos le habían parecido, ahora amenazaban con salir, agolpándosele en la garganta. Había olvidado que los pedófilos también tienen su propia y repugnante pornografía. Una mujer pasó delante de él, sin verlo. El vómito le salpicó los zapatos.
-¡Eh, tú! ¡Cuidado!
Cruz ni la miró.
-¡Eso me lo vas a tener que compensar! -dijo ella. Y, con una sonrisita, añadió- Y se me ocurre una forma...
Cruz levantó la mirada. La mujer alzó la mano para acariciarlo. La interceptó, agarrándola por la muñeca. Se la rompió.
-¡¿Pero qué?!
Maldiciendo, con la mirada desencajada, Cruz la atrajo hacia sí. Le estampó la rodilla contra el estómago. La redujo hasta que cayó al suelo, dónde la destrozó a puntapies. Cuando disparó, la sangre le salpicó la cara, mojada de lágrimas.
Esa dimensión lo repugnaba. Que fuese producto de la mente humana le repugnaba aún más. Pero había perdido el control, y esa mujer, por despreciable que fuese su existencia, había pagado por ello. Guardó la pistola en su funda y se dirigió hacia donde le parecía que debía estar su nave. Le daba igual acabar en una dimensión más peligrosa, no pensaba quedarse ni un minuto más en un mundo que le afectase de esta forma. Y, súbitamente, una idea cruzó el mar de rabia y pena que era su mente. Quizás los dispositivos informaticos no captaban en qué dimensión estaba, pero tenía un cuadro de mandos completamente analógico bajo el digital, uno que funcionaba de manera distinta, uno que quizás había registrado el número de dimensiones por las que había navegado y que le permitirían volver a casa. No se molestó ni en esquivar a los viandantes en su carrera hacia la máquina.

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