domingo, 14 de septiembre de 2008

28



Llevaba ya tres semanas encerrado. No sabía cómo salir de ahí, ni siquiera sabía cómo había llegado. Se había sentido empujado con fuerza por uno de esos delgaduchos, que lo había llevado en brazos por una escarpada pared de roca, para aterrizar sobre algo blando, completamente cegado por la luz. No, no era la del sol la que lo había cegado, ni tampoco la de los orbes luminosos. Era la luz de las banales bombillas que colgaban de la lámpara del techo lo que lo había cegado mientras caía sobre la ruidosa cama de matrimonio.
Su prisión era un cómodo apartamento de tres habitaciones, contando el baño. Si no hubiese sido porque estaba completamente desprovisto de ventanas y de puerta de entrada, podría haber sido un relativamente modesto psio de soltero, con amplia cama de matrimonio para visitas ocasionales y una práctica cocina en el salón-comedor.
En el dormitorio, había un armario, siempre con diez mudas limpias de todo: diez camisas, horteras, diez pantalones tejanos, diez calzoncillos boxer, diez zapatillas deportivas de colores distintos...
Cruz estaba ahora sentado en la cama. Había pasado muchas horas así, en los ultimos días. Según la postura en que aterrizó al llegar, había salido de esa pared. La pared que, por el otro lado, daba a la cocina-salón-comedor.
Dejó de mirar el cuadro, que había examinado desde todos los angulos posibles, había descolgado, girado y palpado, y se dirigió a la nevera.
Si la ropa del armario eran siempre diez mudas, las provisiones de la nevera eran menos. El primer día, habñia gran cantidad de fruta, carne, verduras, pasta... Cada día, los contenidos se reponían, pero siempre había algo menos.
Sacó el jamón del paquetito y cogió las dos rebanadas de pan de molde que había en el armario que antes había estado ocupado por un amplio surtido de panadería y repostería. Lo untó con el dadito de mantequilla del que disponía y se sirvió un vaso de leche, la unica opción para beber que le quedaba además del agua del grifo, no especialmente repulsiva.
Al sentarse en el sofá, azul y con forma de L, que había en la otra esquina de la sala, se le cayó la leche al suelo. Estaba peleando por no dormirse, pero tras dos dias de privación de sueño, era cada vez más difícil.Ojalá hubiese tenido café. Así podría huir durante más tiempo lo que le ocurría cuando dormía. Los sueños. Esos extraños y desagradables sueños que tenía desde el tercer día de cautiverio.
Quiso levantarse para buscar algo con qué lavar la leche, pero ante el contacto con el mullido sofá, su cuerpo decidió que ya había tenido bastante.

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