domingo, 14 de septiembre de 2008

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Era un supermercado pequeñito pero que parecía bien provisto. El tendero estaba de pie, intentando disimular la presencia de una mujer bajo el mostrador. Evitando el contacto con los clientes con que se cruzaba, empezó a pasear por la tienda. Esperaba que el dependiente aceptase sus monedas de oro... Al fondo vio la sección de refrigerados. Era lo que necesitaba: allí se guardaban esa especie de sandwiches triagulares. Bacon, jamón con queso, atún con mayonesa... Su hambre lo impulsó a coger seis paquetes, normalmente se moderaba algo más. Los metió en el cesto de plástico que había cogido en la entrada, junto con una gorra para sustituir su gorro plegable, que había perdido en el Saloon. Vio que las bebidas, al fondo de otro pasillo, no estaban refrigeradas, así que optó por coger una botella de leche. Pero no llegó a cogerla, y era la última que quedaba, porque tuvo que dar un pequeño salto para esquivar a un comprador. Evitaba todo contacto para que no se diesen cuenta de que estaba y, bueno, ahorrarse así sus intentos de cualquier clase de interacción. El hombre, alto y de rasgos toscos, miró con aparente confusión los yogures. Sudaba y estaba un poco pálido. Era extraño, hasta ese momento todo el mundo le había parecido saludable. Excepto media docena personas extremamente obesas en un descampado que, había deducido, respondían a los gustos de algun fetichismo. El hombre tendió la mano hacia la botella de leche que quedaba. Empezó el movimiento para meterla en el cestito de plástico cuando se le escapó de entre los dedos. Nisiquiera miró cuando se hizo pedazos en una explosión blanca. Le fallaron las rodillas y cayó, clavandose los restos de cristal en las piernas. Su cabeza chocó sonoramente contra los yogures descremados. Cruz se había quedado paralizado por la sorpresa, pero cuando el cuerpo acabó cediendo por su propio peso y se desplomó sobre el suelo, decidió que debía intentar pedir ayuda. Miró el pasillo por el que había venido, en busca de alguien. Al fondo había una persona, que se dirigía a la caja.
-¡Eh! ¡Usted!
No pareció oirle.
Cuando volvió a girarse, el hombre caído ya no estaba.

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