domingo, 14 de septiembre de 2008

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Hacía más de diez minutos que Cruz miraba al frente, con los ojos desencajados y la cara marcada por el rastro de las lágrimas. Recordaba las teorías pseudo-religiosas de Claus el loco. Según él, todos los seres humanos son dioses, dioses capaces de dar la vida a universos enteros. El doctor Claus argumentaba que él, de pequeño, había creado una dimensión paralela a la que accedía nada más y nada menos que a través de un paragüero. Allí, según su narración, había creado, con el simple poder de su mente, a una hueste de amigos. Eran claramente los recuerdos de un loco, un solitario cuya mente enferma inventó amigos, aunque fuese en el pasado, para no enfrentarse a su immensa soledad... Pero, en su posterior fervor por regresar a esa dimensión que había creado, demostró la genialidad dando con la formula a partir de la cual Cruz había podido inventar la máquina, que indudablemente funcionaba. ¿Por qué, entonces, había descartado la posibilidad de que hubiese otras briznas de clarividencia en la mente perturbada de Claus? Según sus teorías, las dimensiones se encontraban dentro de otras dimensiones que, a su vez, contenían otras dimensiones, y cada dimensión subordinanda dependía de la mente de un ser de la dimensión anterior. La mente humana como generadora de dimensiones. ¡Ha! Cruz estudió solo esas memorias entremezcladas con cifras y formulas porque pensó que podían ser un mensaje cifrado. Si no, no las hubiese leido dos veces. Pero, por muy alucinatorias que fuesen sus razones, Claus había dado el en clavo. Los dinosaurios, la ciudad plateada, los samurais en el oeste... Todo encajaba.
Se cubrió la cara con las manos para volver a sollozar. Y también para no ver la pantalla. “Dimensión 0”, decía. Cuando salía de entre los escombros del saloon, la mente de Cruz regresó al muchacho solitario que había sido, que intercalaba el estudio de las matematicas con el análisis literario y de cómics. Y regresó solo para rescatar un elemento, algo que en el momento le había hecho mucha gracia. Muchas grandes películas del cine del oeste estaban basadas en filmes previos de Samurais. El hombre sin nombre, el Clint Eastwood pistolero y solitario, no era más que una versión del samuriai sin amo y sin honor que vagaba por Japón. El ronin.
“Dimensión 0”. El dinosaurio, la jungla, los edificios altos y el castillo plateado con naves volando en el aire y arqueros con capa... Alex Raymond no se había acercado al aspecto de una dimensión paralela... Era al revés. Todas las dimensiones que había visitado las había creado la mente humana. Eran géneros de ficción. “Dimensión 0”. Estaba claro, nunca había llegado a salir de su dimensión, la cero... solo había entrado en algunas de las que la suya propia contenía. Y, sin saber dónde estaba ni qué había marcado en el dial en los dos ultimos viajes... ¿Como iba a volver? Miró por entre los dedos. Las cápsulas de energía aún tenían para algún viaje... Un viaje a ciegas con mínimas probabilidades de regresar su dimensión original. Estaba condenado a no volver nunca a casa.
Tenía dos opciones. Una era hacer los viajes que aún pudiese y quedarse atrapado en alguna dimensión cuando no tuviese más energía. La otra era quedar atrapado esta grotesca dimensión porno.
Su padre se hubiese decepcionado mucho al verlo llorar de aquél modo.

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