domingo, 14 de septiembre de 2008

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Tenía la cabeza recubierta de un extraño vendaje irregular que parecía estar hecho algo parecido a gruesas y ásperas algas secas. Le cubrían toda la cabeza y gran parte del lado derecho de la cara. Llevaba un largo rato mirando al techo, a la bombilla que lo había cegado unas semanas antes al aterrizar sobre esa misma cama. Al principio tenía los sentidos embotados, veía sin comprender entre la niebla de la semivigilia. Cada movimiento le hacía darse cuenta del complejo puzzle de esquirlas y pequeñas piezas óseas que era un agran parte de su cabeza.
Tuvo que pasar un rato para que se diese cuenta del sonido humedo e intermitente que hacían las agallas del Pensador que tenía sentado a su lado.
Sin atreverse a mover la cabeza, alzó el brazo en su dirección. Lo retiró rápidamente cuando oyó el crujido los delgaduchos -no sabría decir cuantos eran- que vigilaban en la habitación.
-No te preocupes, Esteban.- por como había dicho su nombre, podía reconocer al Pensador que lo había recibido al llegar al extraño mundo subterráneo- Puedo percibir que ya no estás enfadado.
Esteban intentó hablar, pero dolía demasiado.
-Aún no, deja que pasen algunos días. Yo estaré aquí, acelerando tu recuperación.
Cruz empezaba a recordar lo que había hecho, aunque de forma vaga por la distorsión provocada por la adrenalina del momento.
-Siento tu remordimiento, Esteban. Tu ataque brutal ha dejado a el Pensador muy maltrecho. Tardará bastante más que tu en recuperarse.
Las lágrimas amenazaban con salir, pero Cruz las contuvo. Qué momento tan oportuno para uno de sus extraños ataques de furia... Justo después de ese sueño...
-Lo que no comprendo es como pudiste ver a El Pensador. Siempre hemos sido capaces de percibir cuando ibas a despetar. No nos habías visto ninguna vez.
Ese sueño sobre su infancia tocaba uno de los temas que lo había preocupado desde que, una vez, cuando aún era un niño incomprendido, arrancó media oreja de un mordisco a otro muchacho. Desde ese momento sufrió por la existencia de una especie de monstruo interior, una parte violenta y animal dentro de sí que no quería ver aflorar.
Antes del viaje, sólo había habido otro caso, en el que se enfrentó a un atracador y por el cual aún conservaba una cicatriz en el costado. Desde que había llegado a esta dimensión, había matado a una mujer y casi había hecho lo mismo con pequeño monstruo lloriqueante y asustado.
Sabía que no era justo, pero siempre había dado la culpa de esa naturaleza oscura a su padre y a su profesión de militar de élite.
Por eso había despertado, interrumpiendo su sueño, y había podido ver al Pensador.

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