domingo, 14 de septiembre de 2008

19



Aterrizó sonoramente al otro lado. Parecía estar en la parte trasera de un gran edificio que le recordaba al instituto donde había estudiado. En el suelo, un joven largo y delgado yacía inconsciente, vestido con un corto chandal con su nombre bordado. El traje debió de aterrizarle encima. Miró a un lado y a otro, pero no lo veía por ninguna parte. Pero se fijó que, detrás del alto edificio de cemento que tenía más cerca, que estaba coronado por lo que parecía una cancha de basket rodeada de una espesa red metalica, había una especie de cobertizo con la puerta abierta. Con el arma en alto, entró.
-¡Oh, profesor Sánchez! ¡No... no es lo que...! ¿Eh?
Era un almacen de vejo equipamiento de gimasia. Bates de beisbol gastados, palos de hockey rotos, balones pinchados, hoola hops partidos... ¿Por qué guardarían siempre estas cosas en los colegios? Dentro habría media docena de chicos de no más de dieciseis años... Y una chica. Uno de los muchachos la tenía agarrada entre los brazos y apoyada en la pared. El traje no estaba por ninguna parte. Todos menos ella lo miraban sorprendidos.
-¿Qué ha pasado con Alfonso?
-¡Nos tenía que avisar si venía algún profesor, pero el muy miedica se habrá rajado!
Todos iban vestidos con el mismo uniforme de gimnasia que el joven que había inconsicente allí afuera. La chica llevaba llevaba una camiseta del mismo tipo, pero los pantaloncitos estaban a cierta distancia, en el suelo.
-¡¿Qué estais haciendo?!
Había mucho desconcierto en las caras de algunos chicos, como había pasado con la policía y su atacante, pero había dos que aún sabían lo que hacían.
-Este no es un profesor... -dijo el delgado.
-¿A qué has venido, capullo? -el gordo se estaba poniendo chulo- ¿A ver si tú también podías mojar?
-¡Lo que me parecía! ¡Estabais intentando violar a esa chica!
La muchacha lo miró, con los ojos llorosos, pero no se atrevió a decir nada. El chico que la sujetaba no dejó su presa por muy desconcertado que estuviese.
-¿Y qué, si es así? ¿Vas a llamar a nuestra señorita? -el gordo se ajustó bien las gafas- ¿A que nos castigue de cara a la pared?
-¡Lo que voy a haceros es a partiros la cara, desgraciados!
El delgado cogió dos sticks de hokey y le pasó uno al gordo.
-¿Tú y quién más?
Cruz exhibió la pistola.
-Mis buenos amigos, “dedo” y “gatillo”, están más que dispuestos a daros una... ¡Agh!
Uno de los chicos había salido de su estupor mientras Cruz observaba atento al gordo y al delgado y se le había acercado por detrás con un bate. El tiro agujereó el techo, manchando de yeso blanco el negro tupé del que le había atacado. Pronto sintió como los palos de hokey y el bate insistían en que se estuviese quieto. Uno de ellos dejó de aporrearle para atarlo con unas viejas combas.
Lo dejaron, con la nariz y la boca sangrando, en un rincón.
-Cuando acabemos con ella, te daremos una lección. -le dijo el gordo señalándolo amenazador con un dedo.

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