domingo, 14 de septiembre de 2008

44



La presencia de Cruz consiguió distraer por unos instantes la atención de los Pensadores, pero rápidamente volvieron a centrarse en la jadeante Reina. En realidad, todos los ojos de la estancia, vacíos o no, se centraban en la desagradable y flácida figura que yacía en el suelo, en un esfuerzo que Cruz no acababa de comprender. Del techo y las paredes seguían brotando Pipas y Pipas, que intentaban ocupar algun espacio libre o se colgaban de alguno de los que habían llegado antes.
Cruz miró a los Pensadores. Había una decena de ellos. Todos tenían la cabeza menos pequeña que su cuidador excepto uno. Este Pensador tenía otra característica especial... Su cabeza estaba surcada por una maraña de cicatrices.
Finalmente, y en brazos de cuatro Pipas, llegó el Pensador lesionado, con la pierna envuelta en un paquete compacto de ásperas vendas como las que había llevado en la cabeza. El pómulo ya no le sangraba, y tenía un morado immenso allí donde se había golpeado la cabeza. No pareció darse cuenta de la presencia de Cruz sino que, incorporándose un poco del Pipa sobre el que estaba estirado, observó a la reina.
Pareció darse cuenta de que todos sus Pensadores estaban allí. Los miró uno a uno, con sus immensos ojos dorados, deteniendo su mirada en cada uno. Cuando cruzó su vista con la de Cruz, sintió de nuevo una gran paz y una extraña sensación de acogimiento, como si acabase de llegar a casa y lo hubiese estado esperando una confortable abuela con los brazos abiertos. Pero la rechoncha cara de la Reina se transformó en una mueca de dolor. Volvió a bajar la vista, tensando los músculos.
El Pensador cuidador cerró los ojos y empezó a entonar un suave zumbido, un canto como un mantra budista cantado por un niño. Los demás pensadores se le unieron y poco después, los Pipas, con su extraña voz de hojarasca.
Pronto la cueva estaba inundada en ese hipnótico cantar sin palabras.

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