domingo, 14 de septiembre de 2008

42



En el dormitorio les esperaba un delgaducho.
En cuanto apareció el Pensador, cogió con un crujido la bolsa de deporte de encima de la aún sucia cama.
-El Pipa llevará tu bolsa. Espero que hubiese espacio suficiente para guardar las ropas que te empeñas en llevar. No sabemos cuantas copias necesitas.
Cruz hubiese preferido llevarla él, asirse a sus pertenencias le hacía sentirse más seguro, pero parecía que el Pipa -por fin sabía como se llamaban los delgaduchos- no tenía intención de soltar esa bolsa por nada en el mundo.
-Depende de cuanto tiempo nos vayamos.
-¡Estupendo! -El Pensador no pareció entender que eso podía significar que no tenía bastante- Iremos a través del armario, porque el túnel del cuadro es para Pipas... Si nos aúpara, sería más rápido, ¿Pero qué prisa tenemos?
-Sí, sí, qué prisa...
El Pensador estaba ya entre las camisas hawaianas que aún colgaban del armario cuando se paró en seco. Pareció escuchar algo que Cruz no podía oir. El Pipa, impasible, miraba al tendido con las concavidades que le servían de ojos.
-¡Esteban! -El Pensador estaba muy excitado- ¡No saldremos aún de viaje! ¡Voy a mostrarte algo que quizás te refresque la memoria!
Con una ligera inclinación de la cabeza, el Pipa obedeció. Entre crujidos, enroscó un brazo alrededor de la bolsa y se inclinó, rozando casi el suelo con el pecho.
-Sube, Esteban.
El Pensador montó detrás. Se asieron al brazo libre del Pipa. A un avelocidad vertiginosa, especialmente para una postura tan extraña como esa, atravesaron la habitación trepando por el techo para salir a través de la apertura del cuadro.
Pocos minutos después, se extinguió lentamente la luz de la lámpara, que aún se balanceaba por el golpe que le había dado el Pipa en su carrera.

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