domingo, 14 de septiembre de 2008

9



Despertó. Le dolía terriblemente la cabeza y la boca le sabía a sangre. ¿Dónde estaba? ¿Era la maquina? Lo último que recordaba era que un saloon se le había caido encima... Con la cabeza palpitando de dolor, intentó recordar algo. Le habían mojado... Ahora estaba seco, seguramente hacían pasado muchas horas. Sí. Recordaba los gritos de la cadena que se había formado afuera para llevar agua desde el pozo hasta el salón en llamas. También como, casi sonámbulo, se levantó, aturdido, empujando como pudo los escombros que tenía encima... Los recuerdos eran confusos, pero recordaba que su cabeza estaba completamente vacía... excepto por dos pensamientos, que se negaban a dejarlo desfallecer totalmente. El primero, huir hacia la maquina. Guiaba sus pasos, tensaba y destensaba torpemente sus músculos en ese estado de semiinconsciencia. El segundo, mucho menos claro, era demasiado complejo para procesarlo en ese momento... Pero ahora... Ahora lo asaltó esa idea como un león hambriento. El samurai entre cow-boys. Los dinosaurios y las ciudades extravagantes. Las teorías de Claus el loco. Todo parecía encajar, y que lo hiciese no le gustaba nada. Miró a su alrededor. Parecía que la maquina había aparecido en un callejón de una gran ciudad... Miró la pantalla. Dimensión: 0. ¡Había vuelto a casa!
Sabía que debía intentar volver cuanto antes a su laboratorio, pero el sentirse a salvo hizo que la conmoción del golpe volviera a dominarlo. Cayó inconsciente de nuevo, en un sueño reparador que lo hubiese sido más sin las nuevas teorías que se habían formado en su cabeza.
Volvió en sí unos minutos después. O una horas. No lo sabía. Fuera, una voz femenina y autoritaria ordenaba rendirse. Se llevó la mano a la pistola y observó por la ventanilla. En la pared del callejón resaltaba la silueta azul y curvilínea de la agente de policía. Más allá, acorralado, el cuerpo de un hombre grande y musculoso, con diversos tatuajes. Se agachó ligeramente para mirarles las caras, que quedaban más allá de la ventana. La mujer policía le gritó que se diese la vuelta y que pusiera las manos sobre la cabeza. El hombre la obedeció. Cruz, aún algo aturdido, prefirió no hacerse notar. La agente se le acercó, con la pistola en alto y las esposas en la otra mano... Pero el fugitivo era rápido. En un abrir y cerrar de ojos, la pistola había salido despedia por los aires. Forcejearon pero finalmente el hombre venció. Reía mientras le ponía las esposas de modo que quedase atada a una cañería. Entonces, en vez de huir, el criminal siguió allí de pie y riendo. Lentamente, recogió la pistola (la policía estaba de espaldas cuando salió despedida por el golpe, por lo que no vio como caía en un montón de basura) y se acercó a la agente. Apuntándo a la frente de la mujer, empezó a desabrocharle la camisa.
Cruz sabía que era peligroso, pero no se podía quedar mirando. Salió de la máquina, que por alguna razón no les había llamado la atención (supuso que porque se parecía a un coche anticuado) y con su arma en alto gritó al individuo.

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