domingo, 14 de septiembre de 2008

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Durante el resto del viaje, el Pensador alternaba los ratos en que se dedicaba a mirar al tendido con el arte de jugar al Perkant, un juego que decidió enseñarle a Cruz para ver si le refrescaba la memoria. No consiguió refrescársela, pero el viajero dimensional era especialmente hábil, y movía las fichas con mucha astucia. Le gustaba tanto que pronto se olvidó de preguntar de dónde había salido el tablero.
Le recordaba al ajedrez, y a Cruz eso le traía buenos recuerdos. Desde pequeño había jugado largas partidas con su amigo el periodista, y generalmente ganaba a su más propenso a las distracciones compañero de juego. En Perkant también había una especie de rey, el Protegido. En el tablero, rectangular, dos grandes círculos, divididos en otros círculos concéntricos más pequeños, casi se juntaban para formar un ocho. Tanto los círculos como el espacio que quedaba a su alrededor estaban divididos en casillas de dos colores, café y burdeos, y por ellos transitaban las demás fichas, atacando al protegido del otro color e intentando que sus contrincantes no lograran ese mismo objetivo. Las reglas eran algo más enrevesadas que en el ajedrez, puesto que el movimiento de unas fichas podía depender de la posición de otras en el tablero, pero a Cruz le gustaba tanto que pasaba los días entre largas partidas, nutritivas chupadas a los bidones y cómodas cabezadas apoyado en su fiel Pan, que los miraba con atención siempre que jugaban. Sólo interrumpieron esta dinámica un día en que una de las estructuras medio enterradas que salteaban las arenas rojas del desierto llamó la atenció de Cruz, una semiderruida fortaleza de aspecto medieval. También le distrajo, otro día, un retorcido semáforo que se alzaba, solitario, en la desolación. Pasaron cerca de él, y cuando lo hicieron, las luces de colores se encendieron, iniciando su rutinaria alternancia para gestionar un tráfico inexistente. El Pensador aprovechó la distracción del viajero, ganando la partida.
Per, al fin, un día, mientras Cruz cogía una de las largas y degladas fichas llamadas “Pipas”, el Pensador puso su fría mano sobre la suya para interrumpir el movimiento.
Ordenó mentalmente al Pipa conductor que llevase el carro hasta una pequeña colina.
-¿Hemos llegado? -Preguntó Cruz, contento de haber acabado finalmente el viaje pero, a la vez, asustado por su total desconocimiento de lo que ocurriría a continuación.
-Esteban -le dijo él liberando su mano- intenta no pensar en voz alta.
-¿Qué ocurre? -Cruz cuchicheaba.
-He dicho “pensar en voz alta”. Puedes hablar como quieras.
-Ah, bueno, -Dijo Cruz mientras el Pensador se levantaba- eso no será difícil.
El cabezudo posó la mano sobre la frente del Pipa conductor, transmitiéndole los pensamientos directamente a través del brazo. Éste obedeció al instante, empezando a cavar. Mientras, el Pensador empezó a trepar con dificultad por la alta colina, de formas parecidas a las que produce el agua en el interior de las cuevas tras cientos de años de goteo constante. Cruz lo siguió, mientras Pan observaba lo que hacía su congénere.
Pese a su poca habilidad física, el Pensador llegó antes a la cumbre, y miró en la distancia para después anunciar las buenas noticias al dolorido Cruz (pesaba mucho más que el endeble Pensador, por lo que uno de los salientes había cedido bajo su peso, haciéndolo resbalar unos metros).
-Puedes pensar como te plazca, Esteban. Parece que aún no tienen el Pensador.
Cruz alcanzó también la cima mientras preguntaba que “¿Quienes?”, pero calló al ver lo que había al otro lado.

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