domingo, 14 de septiembre de 2008

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Cruz, que había aprendido la lección, se pegó tanto como pudo al cuerpo del Pipa. Iban a toda velocidad por el estrecho túnel de roca rojiza, iluminada por los orbes que se encendían y apagaban según la proximidad de los transeúntes... A medida que avanzaban, se volvía más dificil encontrarselos apagados, cada vez había más Pipas que corrían, esquivandose en su carrera pegajosa entre crujidos, cambios súbitos de postura y saltos acrobáticos. Entre el mar de arañas crujientes, Cruz supo distinguir a un par de Pensadores cabalgando de forma no muy distinta a él mismo. Adelantaron a un maltrecho cabezudo al que llevaban, más lentamente, entre cuatro. Seguramente era el desafortunado contra el que había descargado su rabia.
En su carrera, no se había dado cuenta de que se desplazaban rápidamente en vertical y hacia abajo, por lo que cuando salieron por la desembocadura del túnel en el centro mismo de la bóveda de una de las grandes cavernas, Cruz no pudo evitar asisrse con más fuerza con un grito ahogado. Grandes ríos de Pipas brotaban de las aperturas que había por todo el techo de la cueva y fluían por sus paredes hasta encontrar un buen lugar. Los que transportaban Pensadores, corrían hasta el suelo, donde les cedían el paso para que pudiesen llegar hasta un semicirculo despejado. En su centro, la gorda reina, que sudaba abundantemente, arrodillada unos pasos por delante del saco de carne que le servía de trono.
El Pipa dejó a un todavía mareado Cruz y a su Pensador cuidador y retrocedió unos pasos, con la bolsa de deporte bien agarrada.

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