domingo, 14 de septiembre de 2008

40



Había terminado de lavarse. Al frotar el champú contra el pelo, había notado el relieve de la complicada red de cicatrices. Sentía la cólera que intentaba tomar el control de su mente, pero se esforzaba por repelerla. El monstruo no volvería a dominarlo.
Cuando salió de la ducha, había aceptado que, en cierto modo, sus desfiguraciones eran una especie de castigo divino por su ataque salvaje al Pensador y por la muerte de esa mujer a la salida del parque.
El delgaducho se había ido, y le había dejado una bolsa de deporte sobre la cama. Lo había olvidado, tenía que prepararse para “el viaje”... Pero, ¿De qué iba todo eso?
Se puso una camisa amarilla con un estampado de flamencos chillones y unos cómodos pantalones beige que contrastaban en su estilo veraniego con las duras botas militares. Como odiaba la ropa que le aparecía a diario en el armario. Peor gusto, imposible.
Fue a la nevera, instintivamente, pero la encontró vacía. Cierto, ya no iba a tomar más comida impregnada con lo que lo hacía soñar... Y, por lo que parecía, nada más en general...
Bebió del grifo antes de volver al dormitorio.
Dentro de la bolsa había gafas de sol, una gorra naranja y un cinturón.
Se lo puso. Los pensadores quizás no sabían usar la ropa, pero sí que le habían sabido arrancarle el cinturón, privandolo de su fiel pistola y su fuerte machete.
Cogió cuatro de las camisas hawaianas de las que había en el armario, un par de pantalones, un puñado de calzoncillos con estampados variados y de calcetines de colores e incluso unas zapatillas deportivas. Eran blancas con tres líneas verde lima y cordones fucsia. Las metió en la mochila.
Sí, supuso que ya estaba listo para el viaje. Sobre todo si iban a ir a un circo.

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