domingo, 14 de septiembre de 2008

60



Pasó la noche recordando viejos tiempos y sorbiendo papilla primero, hasta saciarse, y después agua. Cuando acabó el bidón del agua y lo lanzó, por fin, al ruidoso loro, que no parecía tener ninguna necesidad de dormir, ya estaba amaneciendo.
Con la luz del alba, atisbó un pequeño islote a cierta distancia. Sin dudarlo demasiado, se quitó la camisa hawaiana y los pantalones, los dejó sobre una roca cercana, al lado de las botas, y se echó al agua.
Cruz había sido siempre una persona completa. Excepto por sus dificultades para entablar relación con otras gente, era un hombre dotado tanto de talento como pasión para las ciencias y las letras, no le faltaba cierto sentido artístico (aunque sí que carecía de formación en este campo) y siempre había tenido un cuerpo fuerte y entrenado, gracias, en parte, a la figura de su padre, que aunque durante la mayor parte de su vida había estado ausente, le transmitió un gran aprecio por el deporte y el ejercicio físico. Como nadador no era nada malo, por lo que no tardó demasiado a llegar hasta la negra islita, rocosa y escarpada. Tenía una especie de montículo en su centro, sobre el cual habían crecido unas escuálidas palmeras. Se tumbó sobre la playa de negras arenas volcánicas para secarse al sol mientras su mente divagaba. Si además de loros, esas playas tenían algunos peces, quizás podría pescarlos para comerlos a la brasa. Pensó en su madre, y en sus advertencias en contra de nadar después de comer, para evitar cortes de digestión. Su madre, siempre preocupada pero siempre apoyandolo para que fuese adelante y progresara. Probablemente, la única persona que no le había mirado mal cuando decidió, tras terminar la carrera de física dos años antes de lo normal, una muestra más de su gran intelecto, dedicarse a la criptofísica y al estudio de las dimensiones paralelas. “Malgastarlo”. Incluso su amigo, el periodista, no acababa de verlo claro. Pero su madre le apoyó siempre.
Unas risas interrumpieron sus pensamientos sobre su madre. Corrió a esconderse tras una de las porosas rocas que salpicaban la isla, y lo hizo justo a tiempo. Un hombre con cara de presidiario perseguía por la playa, enhiesto, a una exhuberante y risueña mujer en topless. Cuando la alcanzó, la empujó hacia una de las rocas y la besó en la boca y en los senos. Cruz se marchó, con sigilo, y echó a nadar tan rápido como pudo cuando ella se agachaba.
Llegó medio ahogado a la playa. Tosió, asustado por lo que acababa de hacer... Se había adentrado en el Reino, sin darse cuenta... no se le había ocurrido que la masa de agua también podía contar como terrirorio del Reino. Esperaba que nadie lo hubiese visto.
Observó con atención hacia la isla y a su alrededor, esperando ver surgir de pronto a algún Pipa o Pensador atigrado de alguna de esas compuertas que utilizaban sin que Cruz entendiese como.
Una vez se hubo calmado, decidió que no se movería de los alrededores de la cabaña. Para pasar el rato, volvió a dedicarse a la máquina. Cogió con cuidado las piezas que había limpiado esa noche y, mediante la prueba y error, descubrió como encajaban. Horas después, se sorprendió al comprobar que se trataba de un aticuado alambique. Pasó distintas horas vagando alrededor de la cabaña, bastante aburrido, y desmontó un gran tubo metálico del alambique que acababa de montar para intentar cascar alguno de los cocos que descansaban en la arena, bajo las palmeras. Lo consiguió cuando ya anochecía, por lo que bebió su leche, comió su pulpa y, satisfecho con probar algo distinto de la papilla, y tas lanzar los restos del coco al loro, que casi parecía que se lo esperaba, sacó el saco de dormir del carro y se dispuso a descansar. Cerró los ojos y, al instante, se durmió plácidamente...
-Buenas noches. -Despertó. Una voz ronca justo tras su oreja y el tacto del acero en la nuca- No creas que esto es un sueño. Y no te muevas, porque lo que notas en el cuello tampoco lo estás soñando.

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