domingo, 14 de septiembre de 2008

59



Acababan de descubrirle. Y ninguna de las posibilidades que el Pensador le había relatado esa mañana le parecía especialmente atractiva. Miró a su alrededor, en la oscuridad. Solo se oía el oleaje. Y, súbitamente, de nuevo el grito ininteligible. Recordó que la primera ver que el Pensador le habló, usaba una lengua que él no comprendía.
-¿Hola? -se atrevió a decir Cruz, sudando más de lo que la cálida noche caribeña justificaba.
El grito sonó de nuevo, esta vez a sus espaldas. Lo siguió un aleteo. El loro se posó de nuevo sobre la cabaña.
-¡Joder! -Cruz saltó a la playa para buscar una piedra que tirarle, pero no encontró más que finísima arena blanca, muy distinta de la áspera y rojiza que salpicaba el desierto de tierra carmesí.
El susto lo había puesto muy nervioso, por lo que probablemente no podría dormir. Aunque, por otro lado, había descansado cuatro días seguidos... No hubiese podido dormir de todos modos. Decidió explorar los alrededores de esa cabaña, desierta. Posiblemente era como el barrio abandonado en el que había descubierto que el traje de astronauta era el Ronin: Una zona periférica por la que no pasaba nunca nadie.
La cabaña era muy pequeña, de madera, con hojas secas de palma como techo. Precisamente unas cuantas palmeras se trocían, lánguidamente, a su lado, formando una especie de ramillete que se inclinaba hacia la playa. Detrás descubrió algo que le pareció bastante insólito. Un destartalado aparato metálico, medio enterrado por la arena. Dedicó varias horas a desenterrar las distintas piezas que estaban desperdigadas por la arena y a limpiarlas como podía a base de soplidos y, si era preciso, manotazos. Pese a su amor por la mecánica, al final se cansó de esa tarea, por lo que se sentó en la arena a sorber un poco de papilla. La verdad es que no le gustaba especialmente, pero llenaba la barriga, y eso era suficiente. Miró las estrellas. No eran distintas de las que se veían en su mundo... Curiosamente, la noche que había despertado en el desierto, estaba bastante seguro de que no se veía ninguna estrella. Pero quizás era porque estaba a punto de amanecer, y el cielo ya estaba demasiado claro.
Entre sorbos, pensó en su viaje. Se había quitado las botas de combate, y arremangado los pantalones beige. Las olas le mojaban los dedos de los pies, enredando el escaso y casi invisble pelo rubio que crecía sobre ellos. Las dimensiones respondían a géneros de ficción distintos... Le parecía bastante evidente. Y si sus calculos aseguraban que estaba en una dimensión no contenida en ninguna otra, eso era lo que ocurría... probablemente, los aparatos para detectar la posición de su máquina estaban mal construidos. Veía las cosas con bastante claridad, gracias al estado de relajación en el que había despertado su mente esa mañana. No sabía a qué se debía, pero le gustaba, por fin, no ser presa del pánico y el horror.
Había visitado una dimensión de ciencia ficción pulp y una dimensión western. Dos géneros que de pequeño le habían gustado... ¡Y en los que había escapado a la muerte por los pelos! Y al final había acabado en una dimensión pornográfica. Si no fuese por ello, hubiese coqueteado con la idea de que sus gustos determinaban de algún modo la dimensión en que aparecía, independientemente de lo que él marcase en el dial. Pero, por muy raro que pareciera, no le gustaba demasiado la pornografía. Le sacaba mucho más partido a una imagen provocativa de un anuncio de bañadores que a una película porno. Recordaba aún cuando, con unos 11 años, persiguió a su amigo, que todavía no era periodista, por medio colegio. El amigo había traido una estampita obscena, de lo más cutre, en que una exhuberante pero no especialmente agraciada modelo enseñaba los senos y se abría de piernas con la lengua colgante en lo que pretendía ser una expresión de deseo o lascivia. En vez de para que se la mostrase, lo que hubiese hecho cualquier chico de su edad, Cruz persiguió a su amigo hasta convencerlo de que la rompiera y la tirara a la basura. Con una sonrisa recordó cómo, poco después, su amigo volvió armado con un rollo de celo, y enfadado con Cruz, para recuperar los pedazos.

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