domingo, 14 de septiembre de 2008

61



Cruz estaba tumbado con la cara hacia el suelo, se había girado mientras dormía, y el extraño se había acuclillado sobre su cuerpo, que estaba immobilizado, al estar embutido en el saco granate. La figura, a la que no podía ver, lo tenía firmemente agarrado con las rodillas y apoyaba su peso sobre su espalda. Notaba su respiración en la oreja, y el frío tacto del metal en la nuca.
-¿Qu-quien...?
-Por tu culpa, sucio extranjero, he perdido mi oportunidad.
-¿Qué?
-He perdido mi camino, mi patria... Pero no mi misión.
-No comprendo...
-Debes contarme como funciona tu carruaje. -sintió algo más de presión metálica en el cuello. La voz había perdido algo de su sangre fría al pronunciar esta frase.
-Fu-funciona con dos caballos que... que tiran de él y...
-¡No! ¡Este no! -El extraño hizo presión con todo su cuerpo sobre Cruz- ¡Hablo del otro!
-¿El otro?
De pronto, Cruz se dio cuenta. El que hablaba no era nadie más que el Ronin, al que había traído de algún modo de la dimensión Western.
-¿Cómo llegaste hasta aquí conmigo? -Preguntó Cruz para intentar atrasar su inevitable enojo, al darse cuenta de que no tenía forma de hacer volver al Ronin a su mundo- ¡Lo último que recuerdo es que me caía un saloon en llamas sobre la cabeza!
-Escapé hasta la estación de tren, y me escondí tras unos bultos. Te vi llegar y decidí seguirte. Nadie se dirige hacia el desierto, aunque sea por una via de tren, sin un fardo de provisiones, por pequeño que sea. Tenías que tener algún refugio o medio de transporte. Aprovechando que estabas desorientado, penetré con mi prisionero en tu carro embrujado. No sé si eres un demonio, un chamán, o un fantasma, pero ¡Debes hacerme volver ahora mismo!
-¡Esperaste mucho antes de salir del “carro”!
-La situación lo requería. El verdadero guerrero es el que sabe contener su filo hasta conocer la situación. Y en este caso, no alcanzaba a comprenderla. Creí que habíamos llegado a una ciudad, por lo que escapé dentro de esa extraña y pesada armadura... Para descubrir que me encontraba en un grotesco mundo de pesadilla. Ahora te exijo que nos devuelvas a mi y a mi prisionero a nuestr.. ¡Agh!
El Ronin cayó sobre Cruz, que intentó darse la vuelta. De pie, con el tubo que había usado para cascar cocos, otra cara conocida sonreía con maldad. El bigote desordenado, el pelo negro y enmarañado, la ropa interior anticuada... Era el hombre del saloon. Antes de que Cruz pudiera reaccionar, soltó el tubo y cogió la katana del samurai sin honor.
-El muy cabrón creía que seguía dormido. ¡Ja! ¡Chupate esa, perro amarillo! - Y brandiendo la espada con considerable habilidad, amenazó a Cruz- No te muevas, amigo. Solo voy a coger la bonita ropa que descansa sobre esa roca y a mi amigo y nos iremos en uno de estos fabulosos caballos. Me gusta la ciudad, y a mi amigo le va a gustar mucho más... ya lo creo...
Se rió, baboso, mostrando varios dientes de oro.
Una vez vestido, arrancó las cortinas del carro e hizo unas duras ataduras para el Ronin todavía inconsicente (el golpe había sido tan fuerte que su casco de Samurai se había partido por la mitad) y otras para atar al atemorizado viajero dimensional a la rueda del carro. Si el desagradable cowboy no hubiese tenido la dura espada o Cruz hubiese podido utilizar el cuchillo improvisado con un trozo de espejo... Pero estaba en la bolsa de deporte, en el carro.
El hombre puso al Ronin sobre el caballo, y luego montó de un salto. Empezó a trotar hacia donde creía que podía estar la ciudad, asegruandose de que llevaba bien atados a la espalda los dos bidones que había cogido.
El loro descendió hasta posarse en la arena, delante de Cruz. Silbó.

No hay comentarios: