domingo, 14 de septiembre de 2008

27


Lo llevaban por un amplio túnel poco iluminado por esos orbes que al principio parecían rojos. Era muy distinto del estrecho e irregular agujero por el que lo había llevado el profesor, y tampoco tenía nada que ver con la empinada bajada por la que había entrado a este mundo subterráneo. El pensador guiaba la marcha, con los dos delgaduchos llevando a Cruz. Los demás pensadores se habían marchado, y la multitud de seres delgados se había disuelto. Corrían por todas partes, incluyendo las paredes y el techo, entrando y saliendo de pequeñas aperturas en forma de cono.Cruz ya no decía nada. No le hacían caso. La saliva de la frente ya le estaba goteando por la barbilla, y no había podido evitar saborear un poco de esa repugnante y repulsiva agua salada. Había estado en presencia de una figura realmente imponente, y acababa de caer en la cuenta de que quizás parte de ello se debiera a su sorprendente altura. A primera vista no se percibía, nisiquiera se había dado cuenta cuando la tenía delante, pero era mucho más alta que los pensadores, que no eran demasiado más bajos que el propio Cruz.De pronto, el delgaducho de la izquierda lo soltó. ¡Era su oportunidad de escapar! Llevó su mano al machete pero no tuvo ni tiempo de agarrarlo. El que no lo había soltado, había agarrado su brazo libre en un extraño movimiento que podía permitirse gracias a sus extrañas articulaciones. Cruz no pudo evitar lanzar una maldición.El que lo había soltado cogió en brazos al pensador y empezó a trepar por una pared empinada. El otro hizo lo mismo con Cruz. No supo cuanto tiempo subían, las paredes eran todas iguales y la negrura interrumpida por los orbes luminosos, que parecía que se encendían cuando alguien se acercaba, se volvía una monótona coreografía de luz y sombra que adormecía más que otra cosa. En cierto momento, el túnel se estrechó, subían por un angosoto acantilado de piedra vagamente regular. Por fin, el que transportaba al pensador paró. El que llevaba a Cruz lo alcanzó. Cruz iba a preguntar algo cuando se sintió lanzado hacia la pared con la gran fuerza del que lo había llevado.

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