domingo, 14 de septiembre de 2008

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Finalmente, el cuidador, el pensador de cráneo mayor, se impuso. Los demás, con mayor o menor resiganción, lo siguieron hasta el lecho de Cruz.
-Sí. Me he hartado de esperar. -le dijo al viajero dimensional que yacía indefenso. Todos alzaron las manos.
Cruz murmuró algo incomprensible. Las desproporcionadas caras de los monstruos se tensaron. Pese a que abrir la mandíbula le dolía, Cruz no pudo evitar gritar a pleno pulmón. Una corriente eléctrica y punzante había sustituido a la amable energía naranja que había ido juntándole los huesos poco a poco. Saltaba, multicolor y cortante, de las puntas de los dedos de los Pensadores para transitar por su cuerpo aprovechando la circulación de la sangre, los impulsos nerviosos y el sistema linfático, y dejando una sensación abrasadora tras de sí.
Las junturas de las distintas piezas de cráneo brillaban de dolor, y la carne y la piel que las recubrían hervían y se retorcían quemándose. Los huesos empezaron a lanzárse brazos llenos de calcio creciente entre sí enmedio del dolor y a abrazarse, uniéndose en un mar de energías. Las vendas, ásperas algas viejas, vibraban.
El cuerpo de Cruz se arqueába del dolor, crujiendo casi como el de un delgaducho, y sus dedos se clavaban en el colchón mientras los Pensadores sudaban con venas palpitantes visibles a través de la fina piel de su frente.
Y, tan deprisa como había empezado, el dolor cesó.

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