domingo, 14 de septiembre de 2008

65



El Pensador emprendió el descenso, con cautela, pero Cruz siguió observando. Más allá del montículo sobre el que se encontraban, en una ligerísima elevación del terreno, un parche de hierba verde crecía en el desierto. En su centro, algunas de las paredes de una cabaña de madera se erguían, extrañas, con sus marcos de puerta solitarios, sus paredes inacabadas y sus vigas soportando un inexistente techo. Dentro, un hombre -un Personaje, se corrigió Cruz mentalmente- sentado en un rústico taburete de tres patas, observando el infinito con la expresión de ensimismamiento tan propia de los de su clase.
En uno de los bordes más alejados de la no demasiado grande cabaña, un Pipa. Era parecido al que se encontraba cavando en la colina bajo las ordenes del Pensador, que ya habia acabado su descenso, pero a Cruz le chocó lo que hacía. Tenía la boca tremendamente abierta y la frotaba contra una de las paredes inacabadas.
Cruz bajó, más rápido de lo que pretendía gracias a la poca consistencia de fango seco que formaba la colina.
-¡¿Qué estaba haciendo ese pipa?! -preguntó al Pensador, que observaba la pequeña cueva que el conductor había estado cavando.
-Hemos llegado a un pequeño Reino. Cómo nos dijeron el el Reino que visitamos antes, -se refería al Reino Playero- hace muy poco que Plantaron a esta Reina... ¡Nisiquiera tienen el Pensador!
-Pero... ¡El Pipa! ¿Qué hacía?
-Ven, sígueme para ver mejor el pequeño Reino.
El Pensador se adentró en la cueva, para reunirse con su Pipa, y Cruz lo siguió. Pan, por su parte, había trepado por la colina y observaba el Reino.
-¡Ese Pipa estaba chupando la pa...! -empezó Cruz. Pero se detuvo en seco cuando vio que el interior de la amplia colina era un apartamento futurista, con sofás aerodinámicos, mesas de cristal, pantallas planas y asientos rodantes.
-¿Pero qué...?
-Cómo dijeron en el Reino anterior, esta Reina la habían plantado sobre la estructura de un Reino muerto.
Cruz se sentó. Probablemente lo hubiese entendido todo a la primera si la realidad no se lo hubiese soltado todo de golpe. El mullido asiento cibernético se adecuó a la forma de sus nalgas. Observó que la pared y el techo en el que habían practicado la abertura no eran del brillante cromo del resto de la estancia sino de rojiza tierra, igual que una parte del suelo.
Pan entró, y se acercó, con curiosidad, a ver las dos grandes ventanas redondas, que al activarse la electricidad por presencia de seres en su interior, habían empezado a autolavarse.
-Esteban, -le dijo el Pensador al fin, con aire satisfecho- este es el mejor lugar que podíamos encontrar para observar. Si cuando nos marchemos, no has recuperado la memoria, tendré que empezar a creerme esas absurdas historias sobre grotescos mundos distintos de este.
Cruz se levantó y se unió a Pan para mirar por la ventana, ya perfectamente transparente- sí... Mundos grotescos.

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