domingo, 14 de septiembre de 2008

48



El Pipa lo miraba. El Pensador, también.
-Hola... -dijo Cruz, al fin.
-¿De verdad eres incapaz de hablarle con la mente, Esteban?
El Pensador Cuidador parcía desaprobar su falta de telepatía, pero en el fondo sentía la pena que uno puede sentir al ver a un ciego desorientado por la calle.
-También puedes comunicarte con él dándole ordenes habladas, supongo...
Cruz no sabía bien qué hacer, estaba hambriento, y eso nunca había sido bueno para su agilidad mental.
-Puees... ¿Qué tal, cómo te llamas? -Le tendió la mano.
El Pipa la miró, sin saber exactamente qué hacer.
-Esteban, no tienen nombre. Se identifican por como saben sus ondas mentales...
-Ah, ya...
El Pensador, dándolo por imposible, ordenó algo mentalmente al Pipa de la bolsa de deporte. Por no quedarse sin hacer nada, Cruz ordenó a su Pipa que hiciese desaparecer esas corbatas. Mientras se replegaban para meterse dentro de su cuello, Cruz se fijó en una columna de humo, en la cima de un edificio relativamente alto. Fijando su vista, pudo percibir, en la azotea, un reflejo muy familiar. El del sol sobre la escafandra de su traje espacial.
-¡Esteban! -Casi tumbó al pequeño Pensador cuando arrancó a correr- ¡Vuelve!
¿Era eso un ataque de cólera? ¿Correr hacia el traje, desarmado, con esa ridícula camisa de flamencos ondendo al viento y muerto de hambre?
Mira, mala suerte. De todo lo que ocurría en esa dimensión, el traje animado era lo que más le costaba entender. Y eso no le gustaba.

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