domingo, 14 de septiembre de 2008

49



Las botas de Cruz resonaban mucho más de lo que se hubiese imaginado en esas calles completamente desiertas. El edificio del que venía la humareda estaba al fondo de la avenida. La puerta de entrada estaba cerrada, pero solo le hizo falta penetrar en un callejón lateral para descubrir una de esas escaleras de incendios externas que tantas veces había visto. El problema era hacer bajar el primer tramo, para poder subir... Empujó un contenedor maloliente para, desde allí, intentar colgarse de la escalera. Saltó, y, como estaba en forma, los dedos llegaron a rozar el metal.
Antes de que la pared de ladrillo le estampase un sonoro beso en la cara deformada, unos fuertes brazos lo atraparon entre crujidos. Su Pipa personal lo había cazado al vuelo.
Cruz reprimió sus deseos de abrazarlo.
-¡Arriba! -Dijo.
El delgado obedeció, con cierta cara de satisfacción, si es que un Pipa podía estar satisfecho.Trepaba a gran velocidad, por lo que llegaron rápidamente al tejado. Una azotea con una especie de pequeño edificio en su centro, que probablemente era por donde se llegaba desde el interior. La columna de humo surgía del lado oculto, el que quedaba detrás.
Cruz pidió silencio con un gesto. Se acercó, intentando hacer el menor ruido posible pese a la molesta gravilla que cubría el suelo. Llegó hasta la pared. Pegado a ella, asomó la cabeza por la esquina.
Podía ver el extremo de su tienda de campaña, y una pequeña hoguera con los restos de alguna clase de animal ensartados en un palo. Y en el borde de la azotea, con una de las pesadas botas sobre el bajo muro, su traje de astronauta, que parecía otear el horizonte.
Cruz se decidió. Dio unos pasos hacia el traje.
-¡Eh, tú!
Sorprendida, la escafandra se giró en su dirección.
Probablemente no hubiese sonado tan confiado de haberse visto, con la camisa amarilla y los pantalones mal conjuntados, pero con gesto seguro, Cruz señaló con una mano mientras mantenía la otra firmemente agarrada a la cintura.
-¡Tienes muchas cosas que explicarme!

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