domingo, 14 de septiembre de 2008

50



El traje se quedó paralizado unos instantes, sorprendido.
Cruz seguía con el brazo en alto, sin ser consciente de ello.
Con un movimiento súbito, el traje espacial saltó hacia su derecha, hacia donde estaba la tienda de campaña, ocultándose de la vista de Cruz. Con cautela, el viajero dimensional se pegó a la pared hasta llegar a la esquina. Maldijo para sí a los pensadores que lo habían privado de sus armas. La tienda le limitaba el campo visual, pero el traje no podría sorprenderlo por la espalda, si intentaba rodear la especie de edificio del centro de azotea, Cruz oíria las pesadas botas de astronauta sobre la gravilla... Se llevó la mano a la cintura, dispuesto a desenfundar la pistola... Sólo para volver a recordar que estaba desarmado. Y el cuchillo hecho con un fragmento de espejo esperaba oculto en la bolsa de deporte.
Con la espalda contra la tienda, se asomó. Recibió una buena dosis de gravilla en plena frente. Se tambaleó y retrocedió unos pasos. El Traje avanzó, gritando, y Cruz se fijó en un detalle de su cintura que no tenía nada que ver con el equipo de los cosmonautas sovieticos... Llevaba un curioso cinturón con dos fundas parecidas a las de un pistolero pero mucho más largas. Vainas. El traje se dirigía hacia él con una espada en alto. En el suelo, con la frente hormigueante de dolor, intentó reptar de espaldas para ponerse a salvo. Las manos le resbalaban por las piedrecitas que cubrían el suelo, y caía dolorosamente sobre sus codos en vez de avanzar. Conocía esa katana de empuñadura carmesí que descendía, dispuesta a partirle esa cabeza surcada por deformantes cicatrices. Pero un estruendo de articulaciones crujientes y gravilla pisada precedió al trueno que rompió en pedazos el cristal ahumado de la escafandra, diseñado para resistir en el vacío del espacio. El Pipa había llegado. Antes de que el traje tocara el suelo, el Pipa aterrizó con los brazos y se impulsó para saltar. Cruz pudo incorporarse a tiempo para ver, dentro del casco, la desorientada cara que ya conocía de la dimensión Western, la del ronin que se había llevado al infeliz sin pantalones del Saloon. El Delgaducho aterrizó sobre el pecho del traje y, con un graznido, arrancó de cuajo el casco. Temblando de rabia, lo estrujó entre las manos y lo lanzó, como si se tratara del envoltorio de una golosina. El ronin hizo ademán de clavarle la espada en el costado, pero el crujiente ser se dobló hacia un lado, esquivando el mandoble... Y permitiendo que el samurai sin honor cogiera con su guante aislante las brasas aún calientes de la hoguera y se las tirase a la cara. El Pipa gritó, con su voz de papel arrugado, mientras intentaba liberarse del ardiente polvo, y el ronin se deshizo de él con una contundente patada. El delgaducho era muy fuerte, pero los músculos de alguien capaz de ser ágil enfundado en un traje espacial no podían tomarse tampoco a la ligera. Rodó hasta la tienda de campaña, cortó con su espada algunas de las sujeciones y tiró con fuerza, rodando hacia la dirección contraria. Parcialmente envuelto en la tienda, que aún estaba anclada al suelo por uno de sus lados, pudo arreglárselas para superar el pequeño muro y lanzarse al vacío.

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