domingo, 14 de septiembre de 2008

35



Las horas pasaban en silencio. Las agallas del Pensador sonaban, húmedas, al pegarse y despegarse. De vez en cuando, los delgaduchos crujían.
-Debo admitir, Esteban -dijo el Pensador con su voz de niña- que si el caso fuese distinto, te hubiesemos acabado de destrozar. Comprendo la curiosidad que sientes. La curiosidad es clave... Tú me desconciertas. Desconciertas a todos el Pensador.
Pasaron unos minutos, en los que nadie dijo nada. Ya había pasado un día, pero Cruz seguía sin poder hablar.
-Tus sueños... ¿A qué venían esos sueños? No podíamos leerte la mente, por lo que no sabemos qué soñabas exactamente... Pero...
Oyó como se levantaba, y sus pasos descalzos alrededor de la cama.
-Eres muy extraño. Y eso es fascinante. De tu desconcierto cuando te pusimos ante la Reina, puedo deducir que no recuerdas nada de nada. Y esa cabeza destrozada... es muy pequeñita. Tu aspecto, tu comportamiento... Eres algo de lo que se habla a veces pero que nunca había sabido si existía.
Cruz estaba sorprendido. No podía pensar con claridad, quizás lo drogaban con alguna cosa para que no sintiera todo el dolor que causaba un cráneo pulverizado, o quizás tenía que ver con algo que le estaba haciendo el Pensador. La primera vez que lo había visto, lo había calmado con sus habilidades mentales. ¿Como sabía que no podía atontarlo?
Cogió la muñeca de Cruz y la torció hasta que no dio más de sí.
-No puedes doblar más las articulaciones. No puedo leerte el pensamiento ni comunicarme contigo mentalmente. Tu actividad mental desprende un aire de complejidad que sí puedo captar y que me demuestra lo que eres. El Pensador.
Siguió jugando con sus dedos. Tocó las uñas con detenimiento, y tiró ligeramente de los pelos que tenía en la mano, la avanzadilla de los que le recorrían el brazo.
-Pero tu aspecto físico... No cuadra. Ningún El Pensador cambia de aspecto. Al menos, no cuando vivimos en el reino.
Le dejó la mano y volvió a su sitio para sentarse.
-Los sueños han sido inútiles. No te sirvieron para recordar. Ya no comerás nada impregnado del líquido de soñar.
Mientras lo decía, le metió un pequeño tubito en la boca, que no podía abrir demasiado sin dolor.
-Come tranquilo. No volverás a soñar.
El Pensador percibió la felicidad de Cruz. El tubo empezó a rezumar el puré proteínico, adecuado para que se recuperase deprisa.

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