domingo, 14 de septiembre de 2008

67


-Verás, Esteban. En el principio, nació una Princesa. Nadie sabe de dónde vino, ni cómo nacieron los Personajes que necesitaba para ello, pero esta Princesa se plantó, y se volvió la Reina Primigenia. Aún no existían ni...
Pan, que había conseguido apagar al fin el televisor, lo interrumpió.
-¡Esto no es lo que Esteban Cruz quiere saber!
-¡Silencio, Pipa! -gritó y a la vez transmitió mentalmente el Pensador. Después añadió, en voz alta, para que Cruz también lo supiera- ¡Voy a explicarselo todo a Esteban desde el principio, sin escatimar detalles, para ver si alguno de ellos, por pequeño que sea, le hace recuperar la memoria y rescatar sus verdaderos recuerdos de entre la maraña de alucinaciones de Perdido que pueblan su cabeza!
-No me llamo Pipa. Me llamo Pan.
El pensador se volvió hacia Cruz para proseguir su relato, pero, telepáticamente, añadió- Cuando recupere sus habilidades, no necesitarás un grotesco nombre, Pipa venido a más.
Pan se sentó, con un crujido, frunciendo la cara marrón y agrietada.
-Decía -prosiguió el cabezudo- que la Princesa Primigenia se plantó en el lugar que le pareció adecuado, cerca de un lago subterráneo, fundando el primer Reino y convirtiendose en la Reina Primigenia. Estaba sola, bajo tierra, en la precaria cueva que había cavado para sí cerca del agua. Pero pronto dio a luz a su primer hijo, que nació junto al primer Personaje. Pero ese hijo no era un Pipa. Y tampoco era el Pensador. El primer hijo era un Primigenio, un ser a medio camino entre el Pipa y el Pensador.
Cruz asentía, interesado, pero no estaba convencido de que lo que le contaba no fuera más que una historia simbolica para explicar sus orígenes, con tanto de verdad en ella como hay en el libro del Génesis.
-Con el tiempo, -prosiguió con su voz aflautada el Pensador- el primer reino creció y floreció, y los Primigenios empezaron a ser más y más... Hasta que, un día, lo que nació no fue un Primigenio, sino una nueva Princesa. Ésta se arrastró, con gran esfuerzo, hasta un lugar alejado, a seis días y seis noches de camino a través del desierto, para plantarse. Allí empezó a dar a luz a sus hijos, cada uno con un Personaje. Y al cabo del tiempo, la segunda Reina dio a luz a otra Princesa, que se arrastró por el desierto hasta dar con el lugar adecuado para plantarse. Nació otro Reino, y con él, nuevos Primigenios y Personajes. Fueron naciendo nuevas Princesas, que a su vez tuvieron más Princesas hasta que los Reinos fueron cuarenta.
El Pensador reparó entonces en su Pipa, que había vuelto del exterior y esperaba que le indicaran qué hacer con la bolsa de deporte de Cruz. Mentalmente le ordenó que la dejara en el dormitorio antes de seguir el relato.
-En ese entonces, no se distinguía entre los tamaños de los Reinos. Ese de ahí afuera es un Pueblo, porque es pequeño. El nuestro o el que visitamos en el trayecto eran Reinos propiamente dichos, de tamaño mediano. Y... -El Pensador pareció pensar- Bueno, han existido algunos grandes Reinos, llamados Imperios.
Pero en esa época, decía, no se pensaba en esas cosas. Los reinos más antiguos eran mayores, los más recientes eran más pequeños, y todos vivían en paz, casi sin entrar en contacto unos con otros.
El Pensador, que se había cansado de estar de pie, fue a buscar una de las dos sillas que había junto al mármol de la cocina. Con un simple toque, la silla lo siguió con sus pequeñas ruedas, lo cual divirtió al frágil cabezudo. La pata de la silla se recogió sobre sí misma para que el bajo Pensador pudiera sentarse. Una vez instalado, el asiento se irguió de nuevo.
-Pero un día, una Reina, no se sabe cual, dio a luz algo que no se había visto antes en ninguno de los Reinos.

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