domingo, 14 de septiembre de 2008

13



Se trataba de una gran ciudad de estilo americano, con una organización geométrica perfecta y grandes avenidas... Había visto restaurantes, tiendas de animales (prefirió no arriesgarse a entrar en ninguna), de ropa, de muebles... Pero ni una triste tienda de electrónica.
Saltó por encima de un hombre que estaba dando la hora al otro cuando sintió una fuerte dolor en el estómago. Si le hubiesen dicho que un hombre invisible le acababa de clavar la rodilla bajo el esternón lo hubiese creído... pero era pura y simple hambre. No sabía cuanto tiempo había estado de viaje, pero lo único que había tomado desde la partida había sido una jarra de cerveza con arena, de la mejor que se podía encontrar al oeste de no sabía qué. Con las monedas de oro en la mano, se dirigió al siguiente restaurante que encontró. “Ron's Diner”. Pero al ver a Ron, y el trato que ofrecía a un par de clientas, decidió que no le apetecía comer nada que hubiese preparado con esas manos.
Diez minutos después, llegó a una avenida grandiosa. Se cruzó con un hombre que hablaba por el teléfono en una lengua que desconocía completamente. ¿Quizás era ruso? La siguiente persona que pasó, estaba conversando con un amigo en alemán. Pronto lo dejaron para dedicarse al francés. Pero incluso en su estado famélico, Cruz fue capaz de deducir que acababa de abandonar el barrio hispanohablante. En esa gran avenida, similar a la que había visto cuando lo llevaron a la cabina telefonica, era la frontera con otros barrios donde, dedujo, se hablaban otras lenguas. Evidente, el porno era un género internacional...
Y, por fin, al fondo vio un alto edificio que, sin duda, era un supermercado. Casi corriendo, se dirigió hacia las celestiales puertas automáticas. Su invitante zumbido sonó como música cuando el sensor lo detectó cuando Cruz se paró en seco. Había visto por el rabillo del ojo un movimiento que no era ni el demabular zombificado de las gentes de esa dimensión ni su retozar hipnótico... Aunque pronto decidió que no era más que el hambre y el cansacio. Más de una vez le había pasado que, tras muchas horas de trabajo sin descanso, intuía movimientos inexistentes en el límite de su campo de visión. Rió en voz alta mientras entraba, demasiado deprisa como para que su tranquilidad resultase convincente.

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