domingo, 14 de septiembre de 2008

26



Era una figura extraña. Una especie de mujer rosada y grotescamente gorda, con carrillos hinchados, y pliegues y más pliegues de michelines sobre los que pendían unos pesados y grotescos senos. Estaba sentada con las monstruosas nalgas sobre lo que parecía una blanda roca de carne tan sobrealimentada como ella misma.Como los pensadores y los seres delgados, estaba completamente desnuda. El pensador se le acercó. Ella tendió la mano y le acarició la gigantesca cabeza como si fuese un fiel perro, aunque la mirada de sus dorados ojos, hundidos en la abultada cara, era más bien la de una madre amorosa. No sabía bien en qué lo notaba, pero pudo ver que, con ese gesto de cariño, se estaban comunicando algo. Finalmente, y tras un suspiro de felicidad, el pensador le murmuró algunas palabras en algún idioma que desconocía. Ella le contestó sin decir una palabra. Y entonces miró a Cruz.
Esos ojos, dorados y brillantes, semiocultos tras esa masa de mejilla hinchada y rosada de cerdo sobrealimentado... No parecían pertenecer a esa cara. Cuando le miró, percibió una extraña majestad, un sentimiento de comprensión y de amor infinito. Sintió como escrutaba hasta el más escondido rincón de su alma y como aceptaba cada cosa que encontraba en esa exploración. Paz. Esos seres le producían sensaciones muy extrañas... Y, sí, esa paz inducida por algún extraño don le hacía olvidar los terribles entimientos que lo habían atormentado, pero tampoco parecía ser demasiado saludable para su salud mental.
Con esfuerzo, se levantó de su pesado trono grasiento. Los pies, ridículamente pequeños en comparación con las piernas, se apoyaron con fuerza sobre el suelo. Cruz seguía immovil, e incapaz de decir nada. La presencia de esa figura lo abrumaba. Todo lo que hacía, pese a su aspecto repulsivo, desprendía una majestuosidad tan immensa como inesperada. Se dirigía hacia Cruz. De entre las piernas, unos largos tubos rojizos colgaban, entrelazados. Parecía que tuviese la piel de la ingle estirada y surcada de venas moradas. Los tubos rodeaban esta prolongación carnosa que a unía a su asiento rechoncho.
Se paró delante de Cruz, con la piel tensa. Parecía que el bulto era demasiado pesado para arrastrarlo, por lo que estaba confinada a la distancia que le permitiera recorrer esa prolongación que los unía. Podía notar su respiración bajo las capas y capas de grasa. Alzó uno de los hinchados dedos y se abrió la boca. Lo recibió con la lengua antes de chuparlo. Un hilo de espesa saliva colgaba todavía de la uña cuando tendió el gordo brazo hacia él, hasta tocarle la frente. Se la embadurnó de saliva, quizás formando alguna clase de dibujo o quizás retorciendolo al azar.
Dio unos pasos hacia atrás. Cruz, firmemente sujeto, no pudo levantar las manos para evitar que la saliva le corriese por la nariz y sobre los ojos, hasta llegarle a los labios.
-Так ферзь говорит! -Gritó el pensador con la cabeza mayor alzando los brazos.
Todos los presentes gritaron excitados. Cruz soplaba para evitar que las espesas babas le entrasen en la boca mientras se lo llevaban entre graznidos de júbilo.

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