domingo, 14 de septiembre de 2008

53



Las herraduras de los dos magníficos caballos blancos resonaban por las calles vacías, tan sorprendentemente explosivas en el silencio de la ciudad abandonada como el chocar de las botas de Cruz cuando se había lanzado a la carrera. El carro gemía y crujía ligeramente, y el viajero interdimensional sorbía. Cuando hubo vaciado el bidón, decidió que era el momento de hablar sin tapujos con el Pensador. Quería saber lo que ocurría, quería saber qué hacían, quería... Pero con las tripas llenas y sus fatigados músculos y reformados huesos, un tremendo sueño se apoderó de él. El Pensador lo miró, con sus pequeños ojos verdes, cuando emitió un murmullo ininteligible. Lo observó unos instantes, moviendo solo las agallas que se abrían y cerraban rítmicamente sobre su boca, para después volver a su estado de pasividad completa, mirando al tendido sin inmutarse por nada.
Cruz batallaba contra sus párpados para mantenerlos abiertos, luchaba con su boca para que no se abriese, babeante y relajada y peleaba con sus manos para que siguieran ansiendo el bidón. Pronto el pequeño cilindro metálico rodó, y cayó al suelo, más allá del borde del carro... Pero no se oyó su retumbar sobre el asfalto. Cruz se fijó en lo que tenía a su alrededor, algo en lo que no había reparado durante su lucha contra el sopor. Ya no estaba en el impoluto barrio abandonado. Las aceras, irregulares. bordeaban, un camino de gruesa arena y fango seco. Algunos edificios empezaban a alzarse para ser solo una esquina, perfectamente normal por un lado pero parecida a una extraña formación geológica por el otro, que hacían pensar en estalactitas, estalagmitas y termiteros. O en la tierra ligeramente humeda que formaba los túneles que habitaban los fieles Pipas, los Pensadores y la magnética Reina del Porno.
Cruz se pasó una mano por la cara, más dormido que despierto. Volvió a murmurar algo al Pensador, que pareció no oirle, y después miró a su Pipa, que aún tenía la cara cubierta de hollín y quemaduras. La cabeza del científico pendió súbitamente cuando perdió su fuerza, justo antes de que empezaran a oírse sus suaves ronquidos. Su Pipa le pasó el brazo por los hombros para que no se cayera del carro con el traqueteo, y lo apoyó contra su esquelético pecho, para que al despertar no le doliese el cuello.

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