domingo, 14 de septiembre de 2008

22



Cruz empezó a despertar.
-El viaje dimensional es peligroso...-dijo entre dientes- nunca había recibido tantos golpes y me había desmayado tantas veces en tan poco tiempo...
Recordó donde estaba. No hablaba con su amigo, el periodista, sino que estaba en algún lugar que desconocía al que le había llevado una especie de ser extraño.
Ya no estaba atado. Le reconfortó sentir el bulto de la pistola en su espalda.
Se incorporó ligeramente. Estaba muy oscuro, solo veía una de esas extrañas luces rojas. Era una bola resplandeciente rodeada de lo que parecían ramas secas retorcidas. O quizás plantas rodaderas. Esta se elevaba a unos metros sobre el cielo, erguida sobre un pequeño tronco.
Adivinó algo de movimiento, pero no conseguía ver nada más que la ténue luz roja. Cogió la pistola del suelo y se levantó, con cuidado y apuntando sin saber a qué.
Le dolían todos los músculos. Aquellos chicos le habían dado una buena paliza. De pronto, una silueta lo sobresaltó. Empezaba a acostumbrarse a esa luz rojiza. Era una superficie más o menos ovalada con algunas depresiones, que quedaban oscurecidas. Una cara. Y al lado otra. Y otra. Y otra más. A medida que los ojos se le acostumbraban a la penumbra roja, veía más y más caras de más y más individuos que lo observaban, en silencio y en la oscuridad. Algunos parecían asomarse desde túneles de bocas estrechas, otros estaban de pie, en el círculo que había a su alrededor. Algunas de las caras, las más perdidas en la oscuridad, colgaban, incluso cabeza abajo, de la pared. Miraban. Solo miraban, inmoviles. Algunos giraban un poco la cabeza, o entreabrían la boca... pero eso era todo. Ni un murmullo, ni un gesto... Nada.
Y, de pronto, una de las figuras empezó a andar hacia él. Se paró a cierta distancia. Miraba.
Movió la pistola y vio que el ser la seguía con la mirada.
Volvió a moverla y más cabezas se sumaron al movimiento.
El resultado podría haber resultado gracioso, si no lo estuvieran rodeando cientos de extraños individuos en la oscuridad.
O la luz estaba cambiando de color, o ya no le parecía roja. Era de un tono dorado que le permitía empezar a distinguir los primeros colores. La piel palida de los seres, las galerías de tierra rojiza. Pero aún era incapaz de distinguir sus facciones, más allá de lo básico.
Habían permanecido quietos y callados, pero súbitamente, empezaron a conversar entre sí en voz baja. El que tenía cerca dejó de mirarle para escrutar en una dirección. El círculo de observadores se rompió por ese mismo lado, y de entre los individuos que lo habían estado mirando, salió otro ser muy parecido. Se movía con poco garbo, los brazos colgaban sin tener en cuenta para nada el movimiento de las piernas, y su cabeza era mucho mayor que la de los seres que había visto hasta entonces. La excitación pareció recorrer el círculo de observadores hasta otro punto, donde también se rompió para dar paso a otro de esos cabezudos. Y después, lo mismo ocurrió en otro punto del círculo.
El ser que se había adelantado se apartó para que el primero de los cabezones, que tenía un cráneo dos veces mayor que el de Cruz, pudiese mirarlo con detenimiento. Los demás recién llegados, de cabezas no tan grandes pero igualemente impresionantes, se sumaron al escrutamiento.
Tenía la piel rosada y surcada de venas lilosas, en vez de nariz, dos franjas verticales, como agallas y unos ojos pequeños y brillantes como de niño pequeño, que resaltaban bajo el brillo de la luz dorada. Si de los otros seres no podía distinguir mñas que facciones básicas era porque, en realidad, no tenían más que esas. De pronto, el ser cabezudo que lo había estado mirando cerró los ojos con fuerza y frunció el ceño. Las manos, ligeramente palmeadas, se cerraron con fuerza.
Algo pasaba.

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