domingo, 14 de septiembre de 2008

58



Efectivamente, pocas horas después, Cruz pudo distinguir algunas estucturas a lo lejos. La mayor patre eran muy bajas, pero no las más alejadas, que eran grandes bloques de edificios. Parecía que las pocas nubes que veía en el cielo se concentraban sobre estas estructuras, pero eso le llamó la atención pocos momentos, pues rápidamente se concentró en identificar un sonido que no conseguía ubicar. ¿A quien se le ocurriría pensar que oye las olas del mar cuando está atravesando el desierto?
Ya anochecía cuando pararon el carro. El Pipa conductor ayudó al Pensador a bajarse.
-Este es uno de los edificios más periféricos del Reino. -dijo hundiendo los pies en la densa y suave arena de la playa- Esteban, escondete en el carro. Voy a llamar para que vengan a buscarnos.
Cruz se escondió en el interior, entre dos cajas de bidones y con la espalda apoyada sobre su bolsa de deporte y lo que parecía ser un saco de dormir granate, bien enrollado y atado. Detrás, los Personajes muertos. Delante, por la rendija abierta entre las cortinas que dividían el interior del carro del exterior, podía ver al Pensador. Estaba parado ante la pequeña cabaña, sobre la cual se había posado un colorido loro que no dejaba de parlotear en alguna lengua que no alcanzaba a discernir, quizás en inglés. El Pensador se concentró. A su derecha, el Pipa. A su izquierda, Pan miraba al loro con atención. Cruz se fijó en su Pipa. Su postura y actitud eran muy distintas a las del otro delgaducho, iba mucho más erguido y en su cara chamuscada y vacía de facciones se atisbaban pequeñas muestras de emoción. De pronto, del interior de la cabaña salieron lo que eran, sin duda, dos Pipas... Pero dos Pipas muy distintos de los que había visto cruz hasta entonces. Para empezar, su piel era de un color más moreno que el de los pálidos Pipas que había conocido hasta entonces, y estaba surcada de rayas oscuras parecidas a las de un tigre o un gato. Eran más altos y fornidos, sin el aspecto enfermizo de los que conocía, y sus antebrazos eran más anchos, probablemente para sostener la protuberancia dentada que les surgía de la muñeca y con la que apuntaban al Pensador y a los dos Pipas. Cruz recordó como el Pipa que lo había rescatado había usado un arma natural similar, aunque menos larga y con tres dientes en la punta, en vez del estrecho círculo de incontables dientecillos del que disponían estos nuevos Pipas. Las alargadas cabezas propias de un delgaducho, en su caso carecían prácticamente de barbilla, probablemente por la fácida y deslucida papada que pendía desde los protuberantes y oscuros labios hasta la base del cuello. Cruz quería ver como serían los Pensadores, pero Pan se volvió disimuladamente hacia él y, con un gesto, le hizo entender que se escondiera.
Desde el carro no conseguía entender bien lo que se decían, pero sin duda lo que sonaban no eran las ásperamente ahogadas voces de los Pipas sino las aniñadas vocecillas de Pensador. La más aguda era la de su cuidador, que también era la que más hablaba, y la que le respondía era ligeramente más grave, pero no demasiado.
Cruz se moría de curiosidad por oir lo que decían, por lo que, muy lentamente, sacó la cabeza de detrás de la caja, para mirar a través de la cortina... Si Pan no le hubiese tapado la boca, se hubiese delatado por el grito provocado por la aparición súbita de una cara marrón y agrietada a pocos centímetros de su nariz.
-Vamos a llevar regalos -dijo Pan- Tú quedate aquí, dice el Pensador. Volveremos pasado mañana por la mañana.
Cruz asintió mientras, entre crujidos, el Pipa se descoyuntaba para poder cargar con tres cuerpos, que sacó fuera. Se los pasó a algún otro Pipa, Cruz no sabía si atigrado o “clásico”, para volver a entrar.
Cuando se hubieron ido, todavía quedaba media docena de cuerpos apelotonados, algunos desnudos, otros medio vestidos.
Lentamente se atrevió a sacar la cabeza. No veía a nadie. Con pasos lentos, escuchando por si oía alguno de los delatores crujidos de Pipa, se aventuró a cruzar la cortina. Acababa de poner el pie afuera, bajo la luz de la recién salida luna, cuando un grito lo paralizó.

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