domingo, 14 de septiembre de 2008

7



El extraño avanzó, lentamente. A cada paso, las espuelas de sus botas tintineaban. Sus toscas ropas estaban cubiertas de polvo, y una nube se formaba sobre el largo poncho, acompañando el rítmico sonido metalico.
-¡Largo! - el barman lo señaló amenazante- ¡Aquí no aceptamos a los de tu calaña!
El hombre se paró. En la cabeza no llevaba un sombrero, sino un casco que a Cruz le recordaba a los de los soldados nazis. Mordió la faria que tenía entre los labios mientras dedicaba al barista una mirada con sus profundos ojos entrecerrados.
No, no estaban entrecerrados. Era asiático.
-¡¿Me escuchas, ronin?! ¡En Redrock no nos gustan los perros como tú!
El samurai sin honor siguió avanzando hacia la barra, con las manos firmemente apoyadas en la empuñadura de sus espadas. En las mesas, el grado de tensión era solo comparable al de silencio.
-Solo soy un viajero que busca unos momentos de descanso.
-Si sabes lo que te conviene, agarrarás tu...
Dejó un puñado de monedas de plata sobre la barra. Estaba claro, ese barman tenía un punto flaco.
-Bien, sientate. Tomarás un trago y luego te largarás, si sabes lo que te conviene.
El ronin asintió. Un whisky. El ronin dio un trago.
-¿Camarero, en el piso de arriba teneis empleado a algún un hombre?
-¡¿Cómo?!
-Supuse que si vuestro whisky estaba adulterado, también lo estarían vuestras putas.
-¿¡Como te atreves!? -Metió las manos bajo la barra y sacó una escopeta, que le puso en la frente.
-¿Por qué no me sirves uno que no sea todo agua, camarero?
-¡Un perro sin honor como tú no me...!
Antes de que nadie se diese cuenta, el ronin su apartó el taburete de una patada. Mientras caía, desenvainó las katanas. Las escopeta del barman se disparó al chocar contra el suelo, con sus manos aún firmemente agarradas.
La audiencia silenciosa estalló en gritos. Los que podían desenfundar, lo hicieron. Los que no, se armaron con botellas, jarras y cualquier otra cosa que pudiesen lanzarle. Ningún desgraciado sin honor iba a perturbar la tranquilidad de Redrock. El ronin, mientras tanto, corrió esquivando los proyectiles hasta el pequeño escenario, donde probablemente bailaban can-can algunas de la muchachas de arriba. Ahora no bailaban, corrían a resguardarse en las sucias habitaciones...
A Cruz le costó salir de su estupor. ¿Un samurai en el oeste? Pero cuando su tintero explotó por culpa de una bala perdida, se dio cuenta de que le convenía echarse al suelo.

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