domingo, 14 de septiembre de 2008

55



Cruz tendió la mano hacia el Pipa que lo había salvado de una muerte segura a manos del Ronin, que lo había sostenido para que no cayera cuando dormía y le había dado el agua cuando la sed le apremiaba. El Pensador lo miró con curiosidad, pues había algo de antinatural en que un Pipa tuviese nombre, e incluso a estos seres les despertaba una morbosa atracción lo que violaba las leyes de la naturaleza. También el delgaducho que conducía el carro pareció torcer ligeramente la cabeza con interés.
Cruz amaba la ciencia, pero desde pequeño también le había encantado la literatura. Los libros habían sido muy buenos compañeros, y recordaba grandes aventuras vividas con los ojos volando veloces sobre las líneas de algúna novela. Había decidido rendir homenaje al primer libro que no había podido dejar de leer. Debía de tener alrededor de 11 años cuando, en el colegio, le encargaron comprar Robinson Crusoe. Poco más de un mes después de comprarlo, la profesora les recordó que al final del trimestre deberían haberlo leído. Esa noche, en la cama, decidió empezar... Debían de ser las dos de la madrugada cuando vino su madre, que se había despertado para ir al baño, a decirle que dejase de leer ya y que durmiera...
Él mintió, y dijo haberse olvidado de que les habían encargado tener leído Robinson Crusoe para el día siguiente. Esa misma noche lo terminó.
Recrodaba con odio a la profesora, que cuando hubo pasado el tiempo y encargó un comentario del libro a los alumnos, calificó mal la suya. Además del texto, había incluido un dibujo de Polly, el loro de Crusoe, y un busto del mismo Robinson con su gorro de piel de cabra. “En vez de hacer tantos dibujitos, deberías de haberte leido el libro” escribió ella en rojo.
Cruz estaba decidido a rendir un homenaje a Crusoe. Él, explorador perdido en un mundo extraño, llamaría a su fiel compañero como al amigo inigualable de Robinson. Un amigo muy distinto al naufrago inglés, pero que le no por eso dejó de demostrar una fidelidad y amistad inquebrantables. El Pipa se llamaría Viernes.
El Pensador lo miró, expectante. El conductor torció del todo la cabeza. La luz del sol naciente bañaba la escena, dándole un tono dorado. Esperaban el momento solemne en que Esteban Cruz, el Perdido Primiegnio, daría un nombre a su más fiel servidor.
Éste, por su parte, pasó los dedos por la cara tostada de su Pipa personal, cuya piel chamuscada y dura estaba surcada por profundas y aún más duras y crujientes grietas. Fue entonces cuando lo decidió.
-A partir de ahora, -dijo sonriente- te llamarás Pan.

No hay comentarios: