domingo, 14 de septiembre de 2008

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Apenas tuvo tiempo de recuperarse del susto cuando un rugido pavoroso le ensordeció unos intantes. Las sonoras y profundas pisadas de la madre de tiranosaurio hacían vibrar el suelo. Cruz, confinado en el espacio de la cabina, intentaba ver a la criatura a través de los cristales. Quizás hubiese debido instalar un techo solar... Pero en pocos momentos pudo mirar al gigantesco saurio a la cara: se había puesto delante de la máquina y, en un movimiento propio de una serpiente, la elevó entre sus fauces. Cruz maldijo y giró el dial sin mirar. Pulsó el botón de ignición. En menos de un minuto, estaría en el espacio entre dimensiones... Si la criatura no perforaba antes el casco de su máquina... Se le ocurrió que si la criatura estaba agarrada a la máquina al empezar el viaje, quizás se la llevaría consigo. Pero moriría en el vacío adimensional, así que no había problema... siempre que no perforase el casco. Ese casco que en ese momento se retorcía bajo la poderosa mandíbula del animal. El zumbido que se oía los segundos previos al viaje empezó a resonar entre el cujir del metal y los gritos de excitación de la cría del tiranosaurio cuando, súbitamente, la madre le soltó. Antes de desaparecer, tuvo el tiempo justo de ver como un hombre fornido vestido con una amplia capa verde y sombrero con pluma lanzaba la seguda flecha al ojo del animal.
Volvía a encontrarse en el espacio entre dimensiones. El doctor Cruz, pese a estar aún sudando y tembloroso, comprobó el estado de la nave. Parecía que la estructura aguantaría las dentelladas del monstruo. Volvió a mirar su libreta, que yacía a sus pies. “Dimensión 7” ¿Qué escribiría? En el primer momento, estuvo tentado de pensar que había inventado una máquina capaz de viajar en el tiempo, pero la aparición del arquero que había aparecido entre los árboles lo desmentía. Además de lo que había visto en el horizonte a través del camino que había en la jungla... Una ciudad de edificios altos y esbeltos de figuras curvas y abombadas que rodeaban un magnífico castillo parecido a los medievales pero de apariencia metálica. Por los cielos, naves parecidas a cilindros plateados con alerones o velas iban de un lado para otro. No, no era la prehistoria... Recordó una de las teorías más extendidas sobre las distintas dimensiones. Se creía que eran mundos en los queun pequeño cambio en un momento de la historia hacía que todo fuese diferente. ¿Quizás en la dimensión 7 no se habían extinguido los dinosaurios? Eso habría condicionado el desarrollo del planeta... Además, la criatura que lo había atacado no era como los tiranosaurios que él conocía por los libros y los museos. Para empezar, tenía tres dedos, y un aspecto más parecido al de un lagarto que al de un cocodrilo o un pájaro, que era como los representaban los científicos... ¿Quizás eran solo los descendientes de los viejos tiranosaurios, que habían evolucionado? Le asaltó otra duda... ¿Como era posible que hubiese un ser humano? No lo había podido ver con detalle, probablemente solo era una figura humanoide. En realidad, todo eso le hizo venir a la memoria la ciudad de los árboles de los viejos comics de Flash Gordon, que había leído cuando era un niño solitario interesado en la literatura y en los cómics. ¿Quien iba a pensar que el viejo Alex Raymond se acercaría tanto al aspecto de una dimensión paralela cuando dibujaba sus historietas? Entre acelerón y acelerón cogió la libreta. Contó diez cambios de velocidad, pero eso no significaba nada, cuando había pasado de su dimensión (la cero) a la número siete, los acelerones habían sido solo cinco.
Súbitamente, como la vez anterior, se encontró en la nueva dimensión.

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